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lunes, 26 de agosto de 2013

Enseñar y aprender civilidad

Excelsior
 26/08/2013
 
Las reformas aprobadas la semana pasada en materia educativa deben dar pie a una profunda reflexión en torno a cómo es que están aprendiendo nuestras niñas, niños y jóvenes.

En el peor momento de la crisis económica internacional, a mediados de 2009, el presidente Barack Obama emitió un mensaje a su país argumentando que a pesar de la profunda fractura de los sistemas de confianza en todo el ámbito financiero, Estados Unidos continuaría teniendo lo que calificó de “liderazgo global”, no sólo por el tamaño de su economía, sino sobre todo porque su sistema de generación de conocimientos seguía, a pesar de todo, relativamente intacto.
El diagnóstico del presidente Obama tenía como referente el hecho cada vez más afianzado de que la mayoría de las capacidades de generación de la riqueza en todo el mundo tiene como principal fuente al desarrollo científico y tecnológico, y las capacidades de innovación que se derivan de ello.
No es de sorprender que en este mes la nueva “gran iniciativa” del gobierno de Estados Unidos de América se encuentra en un proyecto masivo de impulso y fortalecimiento del sector educativo; el plan de la administración de Obama busca renovar, desde los esquemas de enseñanza en el nivel básico, hasta una profunda renovación en el nivel de la educación superior.
La búsqueda de una reforma a la educación en nuestro país no puede ser ajena a lo que pasa con nuestro principal socio comercial, por lo que las reformas aprobadas la semana pasada en materia educativa deben dar pie a una profunda reflexión en torno a cómo es que están aprendiendo nuestras niñas, niños y jóvenes, pues de ello depende que tengamos la oportunidad de despegar de una vez por todas, como la potencia mundial que deberíamos ser.
En este contexto, el debate que se está dando en nuestro país en torno a la reforma a la educación puede verse desde dos perspectivas: una, la relacionada con la transformación de las relaciones laborales, la cual deberá resolverse con base en el diálogo y la buena política; y la otra, vinculada al tema fundamental de qué y cómo están aprendiendo las niñas y los niños en las escuelas.
Este tema es mayor, pues implica la definición del modelo de desarrollo y del rumbo que habremos de tomar como país; por ello no debe haber duda respecto de la rectoría que debe mantener el Estado en la definición de cuáles son los contenidos y métodos de enseñanza, garantizando que no sólo se impartirá educación de calidad, sino pertinente para el adecuado crecimiento profesional y espiritual de la niñez y la juventud mexicanas.
En un país en el que la corrupción y la violación constante de la ley y la norma son una constante, el nuevo sistema educativo debe orientarse hacia la generación de capacidades para comprender que vivir en civilidad implica tener claridad de los derechos y responsabilidades que tenemos como parte de una nación.
Dicho en términos llanos, es tan importante aprender modelos creativos de aprendizaje, como lo es comprender que la vida en sociedad implica asumir prácticas cívicas y normas de conducta basadas en hábitos responsables de consumo y acción comunitaria.
El acceso al desarrollo social como mandato esencial de un Estado de bienestar no puede darse sin una revolución cultural en la que el cumplimiento integral de los derechos humanos se asuma como plan rector del gobierno, y en el cual la ciudadanía se asuma como el principal factor de cohesión y sentido de comunidad y de futuro.
                *Director del CEIDAS, A.C.

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