En el peor momento de la crisis económica
internacional, a mediados de 2009, el presidente Barack Obama emitió un
mensaje a su país argumentando que a pesar de la profunda fractura de
los sistemas de confianza en todo el ámbito financiero, Estados Unidos
continuaría teniendo lo que calificó de “liderazgo global”, no sólo por
el tamaño de su economía, sino sobre todo porque su sistema de
generación de conocimientos seguía, a pesar de todo, relativamente
intacto.
El diagnóstico del presidente Obama tenía como referente el hecho
cada vez más afianzado de que la mayoría de las capacidades de
generación de la riqueza en todo el mundo tiene como principal fuente al
desarrollo científico y tecnológico, y las capacidades de innovación
que se derivan de ello.
No es de sorprender que en este mes la nueva “gran iniciativa” del
gobierno de Estados Unidos de América se encuentra en un proyecto masivo
de impulso y fortalecimiento del sector educativo; el plan de la
administración de Obama busca renovar, desde los esquemas de enseñanza
en el nivel básico, hasta una profunda renovación en el nivel de la
educación superior.
La búsqueda de una reforma a la educación en nuestro país no puede
ser ajena a lo que pasa con nuestro principal socio comercial, por lo
que las reformas aprobadas la semana pasada en materia educativa deben
dar pie a una profunda reflexión en torno a cómo es que están
aprendiendo nuestras niñas, niños y jóvenes, pues de ello depende que
tengamos la oportunidad de despegar de una vez por todas, como la
potencia mundial que deberíamos ser.
En este contexto, el debate que se está dando en nuestro país en
torno a la reforma a la educación puede verse desde dos perspectivas:
una, la relacionada con la transformación de las relaciones laborales,
la cual deberá resolverse con base en el diálogo y la buena política; y
la otra, vinculada al tema fundamental de qué y cómo están aprendiendo
las niñas y los niños en las escuelas.
Este tema es mayor, pues implica la definición del modelo de
desarrollo y del rumbo que habremos de tomar como país; por ello no debe
haber duda respecto de la rectoría que debe mantener el Estado en la
definición de cuáles son los contenidos y métodos de enseñanza,
garantizando que no sólo se impartirá educación de calidad, sino
pertinente para el adecuado crecimiento profesional y espiritual de la
niñez y la juventud mexicanas.
En un país en el que la corrupción y la violación constante de la ley
y la norma son una constante, el nuevo sistema educativo debe
orientarse hacia la generación de capacidades para comprender que vivir
en civilidad implica tener claridad de los derechos y responsabilidades
que tenemos como parte de una nación.
Dicho en términos llanos, es tan importante aprender modelos
creativos de aprendizaje, como lo es comprender que la vida en sociedad
implica asumir prácticas cívicas y normas de conducta basadas en hábitos
responsables de consumo y acción comunitaria.
El acceso al desarrollo social como mandato esencial de un Estado de
bienestar no puede darse sin una revolución cultural en la que el
cumplimiento integral de los derechos humanos se asuma como plan rector
del gobierno, y en el cual la ciudadanía se asuma como el principal
factor de cohesión y sentido de comunidad y de futuro.
*Director del CEIDAS, A.C.
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