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viernes, 25 de abril de 2014

Desigualdad y democracia


Desigualdad y democracia La democracia es un sistema de gobierno que enfrenta siempre múltiples amenazas: desde las tentaciones autoritarias que buscan reducir o restringir el marco de garantías mediante el cual puede accederse al conjunto de los derechos humanos, hasta los dilemas de la desigualdad y la pobreza que impiden la construcción de una ciudadanía social plena; la viabilidad de este modelo de organización política se encuentra constantemente comprometida.

En nuestro país, la desigualdad se ha mantenido constante, es decir, intocada a lo largo de las últimas tres décadas, lo que nos ha llevado a ser una sociedad polarizada, enfrentada y, en muchos sentidos, limitada en sus capacidades de conciliación y entendimiento, en aras de construir un proyecto compartido de país. El mayor problema en una sociedad como la nuestra no es estrictamente la concentración del ingreso, sino lo que permite tales niveles de acumulación en unas cuantas manos, amén de las cuestiones relativas a la segregación, rechazo y discriminación que van aparejadas en detrimento de millones de personas.

La desigualdad no es sólo de recursos o posesiones materiales, o bien de acceso a bienes y servicios sociales, se trata de una infinita disparidad en el sistema de aspiraciones, en el marco de posibilidades de vida que una persona se puede plantear y en el conjunto de objetivos a mediano y largo plazos que alguien puede establecer con base en lo que su entorno le permite imaginarse como posibilidad real. Las desigualdades, que en nuestro país son múltiples, se encuentran también en el ámbito del acceso a la justicia y la protección del Estado frente a la violencia y frente a los propios actos de la autoridad.

Todos los días se registran casos de mujeres, personas con discapacidad o personas hablantes de lenguas indígenas a quienes se les niega el acceso al amparo de la ley o, incluso, a quienes se les infringen tremendos actos de injusticia por su condición. De acuerdo con diversos estudios, los ingresos de los “súper ricos” superan en aproximadamente 14 mil veces los ingresos promedio de un mexicano y en más de 30 mil veces los ingresos de quienes se ubican en el decil de la población que obtiene menos dinero. Frente a ello, una vez más debemos preguntarnos ¿cómo puede sobrevivir una democracia en la que sus ciudadanos sólo pueden plantearse como panorama de vida la supervivencia cotidiana, el hambre, la enfermedad, el sufrimiento y, también, el resentimiento que todo esto genera en quien vive el drama cotidiano?

Debemos tener claro que las políticas públicas con que contamos están dirigidas, mayoritariamente, a la reducción de la pobreza; pero podríamos dejar de ser masivamente pobres y mantenernos como profundamente desiguales, y eso es lo que debe comenzar a corregirse desde el marco jurídico e institucional, pues, hasta ahora, no ha habido gobierno capaz de revertir la grosera desigualdad que nos confronta como sociedad y en la que estamos instalados como producto de los arreglos del poder. Hoy se conmemora el Día de la Bandera y cuando éramos niños se nos enseñaba que en sus colores se sintetizaban los anhelos de paz, unidad y prosperidad de la nación mexicana; hoy estamos imposibilitados para ver realizadas esas aspiraciones y, por ello, hoy también estamos obligados a reconstruir al Estado, desde la política, para convertir a nuestra democracia en un sistema perdurable.

*Director del CEIDAS, A.C.
Twitter: @ml_fuentes

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