Las capacidades de consumo de
las mujeres están mucho más limitadas debido a las condiciones de
inequidad salarial estructural que persisten en el país.
Nuestra demografía se caracteriza por una
profunda complejidad; todos los años hay millones de nacimientos y
defunciones; millones de matrimonios y divorcios; millones de personas
que cambian de residencia, y cientos de miles que emigran,
principalmente hacia Estados Unidos de América.
Esta intensa dinámica demográfica debe ser vista de manera simultánea
con los fenómenos de mayor envergadura: la violencia, y en particular
la violencia contra mujeres, niñas, niños y adolescentes; la
desestructuración del mundo del trabajo; el empobrecimiento masivo de la
población, así como múltiples procesos de exclusión social.
Quizás uno de los indicadores que en mayor medida permiten mostrar la
complejidad que intenta perfilarse aquí, es el relativo a la
composición y estructura de los hogares, en los cuales se sintetizan y
se expresan los mayores dilemas sociales que estamos enfrentando.
En esa lógica, es interesante observar los resultados de la Encuesta
Nacional de Gasto en los Hogares (Engasto, 2012), en la cual se destaca
que en el país hay 30.3 millones de hogares, cifra muy superior a los 28
millones que se contabilizaron en el censo de 2010.
Sobre el dato mencionado, el INEGI estima que hay 21.8 millones de
hogares en los que el principal proveedor económico es un hombre
—generalmente el padre de familia—; en contraste, hay 8.57 millones de
hogares en los cuales la principal aportante económica es una mujer.
Las cifras señaladas implican que 28.2% de los hogares en México
tienen como principal proveedor económico a una mujer. Al respecto, es
importante hacer notar que en estos hogares se encuentran agrupados 28.8
millones de personas; en ellos, la edad promedio de la jefa del hogar
es de 48.8 años, en contraste con lo que ocurre con los hogares con
jefatura masculina, en los cuales el promedio de edad del principal
proveedor es de 45 años.
Es pertinente subrayar que los hogares en los que el principal
proveedor económico es un hombre, continúan teniendo, en promedio,
mayores capacidades de consumo respecto de los niveles registrados en
aquellos en los que las mujeres son la principal proveedora de recursos
económicos.
En efecto, de acuerdo con los datos del INEGI recopilados a través de
la Engasto, las erogaciones anuales de los hogares en los que los
hombres son el principal proveedor, ascienden a 150 mil 340 pesos; en
contraste, los hogares en los que las principales proveedoras económicas
son las mujeres, el consumo anual registrado suma 137 mil 379 pesos.
Aunque hay quienes podrían argumentar que el número de integrantes en
los hogares jefaturados por mujeres es menor, y que por lo tanto el
consumo per cápita sería superior, no es menos cierto también que las
capacidades de consumo de las mujeres están mucho más limitadas debido a
las condiciones de inequidad salarial estructural que persisten en el
país, así como los menores niveles de acceso a la seguridad social y
servicios de salud.
Desconocer la dinámica de las estructuras y relaciones que se
construyen al interior de los hogares implica un grave error conceptual,
pero también severas limitaciones para el adecuado diseño de las
políticas públicas, porque sólo en la medida en que podamos implementar
acciones capaces de garantizar el pleno cumplimiento de los derechos de
las personas y de sus familias, tendremos la posibilidad de transitar —y
de darle viabilidad— hacia un nuevo Estado de bienestar.
*Director del CEIDAS, A.C.
Twitter: @Ml_fuentes
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