Lunes, 19 de Octubre 2009
Ninguna sociedad puede avanzar hacia el desarrollo y la prosperidad si no cuenta con elementos mínimos que la cohesionen. Para ello es fundamental el crecimiento económico y el mejoramiento de las condiciones de acceso a servicios básicos, pero son igual de relevantes los elementos sociales, culturales, lingüísticos y antropológicos que le permiten identificarse con valores y principios compartidos.
Ninguna sociedad puede avanzar hacia el desarrollo y la prosperidad si no cuenta con elementos mínimos que la cohesionen. Para ello es fundamental el crecimiento económico y el mejoramiento de las condiciones de acceso a servicios básicos, pero son igual de relevantes los elementos sociales, culturales, lingüísticos y antropológicos que le permiten identificarse con valores y principios compartidos.
A ninguna cultura ni a ningún país le han bastado los motivos económicos para lanzarse a alguna empresa de gran magnitud. En ese sentido, la construcción de la idea de un “nosotros” es tan importante como la garantía del acceso a servicios básicos, el mejoramiento de los niveles salariales y el manejo adecuado de la macroeconomía.
El problema es que la cohesión social, entendida como el reconocimiento común de valores y principios, así como de visiones distintas que pueden coincidir para cimentar a un país que hace de sus diferencias su mayor riqueza, no es posible si hay violencia generalizada, miedo, encono y desigualdad.
Aun cuando no existen instrumentos para comprender a cabalidad procesos tan complicados como la envidia o el resentimiento social, puede percibirse en nuestro país un clima de encono; una tendencia al revanchismo en todos los sectores y niveles sociales y una clara división, desde la percepción que tienen las personas de sí mismas, entre ricos y pobres.
El reciente caso de la extinción de Luz y Fuerza del Centro es ejemplo de este clima de polarización social. Más allá de las razones técnicas que se han esgrimido desde el gobierno federal, lo evidente es que hay un clima mediático de linchamiento en contra de todo lo que puedan significar disenso y diferencia.
De otra parte, las consignas y los argumentos que se expresan desde la movilización social tienen que ver con posiciones muchas veces irracionales, que reducen a la realidad a una lucha entre despojados y explotadores, con niveles de violencia y agresividad que pueden llegar a salirse de control en cualquier momento.
El clima de violencia que se vivió en la marcha conmemorativa del 2 de octubre, en el que se vio a jóvenes furiosos enfrentando a la policía y destruyendo lo que se les ocurría que representa al imperialismo, la burguesía, el poder infame y a todas las posibles formas de explotación social, es otra muestra del encono y del clima de confrontación en que vivimos.
Desde mi perspectiva, no se trata de tomar partido a favor de una u otra posición; en todo caso, lo importante sería reconocer que en el fondo está una abismal desigualdad que ha impedido tender puentes para el diálogo y la conciliación nacionales.
Desde mi perspectiva, no se trata de tomar partido a favor de una u otra posición; en todo caso, lo importante sería reconocer que en el fondo está una abismal desigualdad que ha impedido tender puentes para el diálogo y la conciliación nacionales.
Es imposible generar proyectos sociales de gran envergadura en un país en el que, según la Encuesta Nacional sobre Inseguridad 2008, en ese año, 11% de la población nacional fue víctima de algún delito; en el que hay 20 millones de personas con hambre; en el que la desigualdad en los ingresos se agudizó en los dos últimos años; y en el que siguen existiendo personas que no tienen acceso a la educación, a la salud y a las condiciones mínimas para insertarse a un puesto de trabajo digno.
México no puede seguir con el extravío de proyecto en el que se encuentra y no es posible que sigamos avanzando sin rumbo y sin la audacia de pensar, como una cuestión aspiracional, en dónde queremos estar en los próximos 50 años.
Los ideales de libertad y justicia social, que inspiraron a la Independencia y al movimiento revolucionario de 1910, no pueden ser tomados sólo como meros referentes del pasado; recuperarlos en un sentido profundo permitiría, quizá, empezar a generar acuerdos elementales que permitan reconciliarnos y construir un país incluyente, si comenzamos por saldar la deuda con los más necesitados.
Debemos reconocer que la celebración del Bicentenario y del Centenario se ha reducido a una feria de construcciones de monumentos a la desigualdad y que hemos perdido tiempo valioso, ante el cual podemos aún construir los acuerdos con miras a resolver los dilemas de la pobreza y la exclusión social, que incluso hace 100 años hubiese sido difícil imaginarlos.
México no puede seguir con el extravío de proyecto en el que se encuentra.
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México no puede seguir con el extravío de proyecto en el que se encuentra.
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