Mario Luis Fuentes
Excelsior 15/07/2013
Es de destacarse que, sobre todo en los gobiernos
locales, el desorden institucional continúa y la corrupción campea.
La incertidumbre sigue ahí; las movilizaciones
varían en magnitud e intensidad, y en algunos casos, incluso se
desvanecen; sin embargo, las causas que han dado origen al malestar y
descontento generalizado -en prácticamente todo el planeta-, se
mantienen sin modificarse sustantivamente.
Pobreza, exclusión social, discriminación y profundas disparidades e inequidades sociales, económicas, educativas, entre muchas otras, son las notas características de la mayoría de las sociedades, en las cuales la concentración de la riqueza en unas cuantas manos, así como la plenitud de oportunidades, sólo son asequibles para cada vez más reducidas minorías.
En el marco de las protestas que se han dado recientemente en Brasil y Chile, por citar nuestros ejemplos más cercanos, destaca el hecho de que son eventos sin liderazgos identificados y sin agendas estructuradas; se trata de masas de personas que salen a la calle a manifestar que algo anda muy mal, aún cuando no haya rutas medianamente articuladas de respuesta.
Este tipo de movilizaciones tienen un carácter de completa novedad, sobre todo en nuestro continente, en donde la tradición política ha llevado a la constante construcción de líderes sociales quienes, “tradicionalmente” se han encargado de ser “portadores” de las exigencias ciudadanas en las calles y las plazas públicas.
Es cierto que en esto que algunos califican ya como “revueltas democráticas”, ha habido diversas expresiones de violencia; empero, llama la atención el hecho de que, tratándose de movilizaciones sin liderazgos identificados, y sin una propuesta acabada de acción política, la civilidad ha estado casi siempre del lado de la ciudadanía.
Para muchos la pregunta clave es si en México estamos a punto de ver algo similar en nuestras calles; frente a ello, hay que decir que ya hemos visto algunas movilizaciones espontáneas que no obstante se han diluido rápidamente, como ocurrió con el Movimiento #Yosoy132.
Frente a la posibilidad latente de que, considerando los niveles de pobreza y desigualdad que vivimos, haya pronto protestas de largo alcance y de consecuencias que difícilmente podrían dimensionarse, lo relevante sería en este momento, iniciar un proceso de reconciliación nacional, comenzando con una rápida pacificación de la vida social, así como con un compromiso tangible de reducción de la pobreza.
Nuestro escenario es complejo; la economía no crecerá al ritmo esperado; la violencia política se hace presente peligrosamente en todos los procesos electorales; los dos principales partidos políticos de oposición viven severas crisis de identidad; los poderes fácticos continúan presionando a las instituciones con el fin de mantener los privilegios para unos cuantos, y en medio de todo ello, hay una población mayoritariamente agraviada por la desprotección social imperante.
Por otro lado, es de destacarse que, sobre todo en los gobiernos locales, el desorden institucional continúa y la corrupción campea; que hay una cada vez más notable ausencia de proyectos con la capacidad de iniciar transformaciones locales de gran calado, y que los liderazgos son cada vez más escasos.
Como resultado de todo lo anterior, pareciera que en este momento impera una especie de “estado de ánimo de confusión” generalizada, la cual está derivando rápidamente en una parálisis en prácticamente todos los ámbitos de la vida social. De ahí la urgencia de nuevas respuestas y sobre todo, de fortalecer el liderazgo nacional de la Federación a fin de reconducir al país hacia un rumbo claro y hacia rutas transitables de certidumbre.
Pobreza, exclusión social, discriminación y profundas disparidades e inequidades sociales, económicas, educativas, entre muchas otras, son las notas características de la mayoría de las sociedades, en las cuales la concentración de la riqueza en unas cuantas manos, así como la plenitud de oportunidades, sólo son asequibles para cada vez más reducidas minorías.
En el marco de las protestas que se han dado recientemente en Brasil y Chile, por citar nuestros ejemplos más cercanos, destaca el hecho de que son eventos sin liderazgos identificados y sin agendas estructuradas; se trata de masas de personas que salen a la calle a manifestar que algo anda muy mal, aún cuando no haya rutas medianamente articuladas de respuesta.
Este tipo de movilizaciones tienen un carácter de completa novedad, sobre todo en nuestro continente, en donde la tradición política ha llevado a la constante construcción de líderes sociales quienes, “tradicionalmente” se han encargado de ser “portadores” de las exigencias ciudadanas en las calles y las plazas públicas.
Es cierto que en esto que algunos califican ya como “revueltas democráticas”, ha habido diversas expresiones de violencia; empero, llama la atención el hecho de que, tratándose de movilizaciones sin liderazgos identificados, y sin una propuesta acabada de acción política, la civilidad ha estado casi siempre del lado de la ciudadanía.
Para muchos la pregunta clave es si en México estamos a punto de ver algo similar en nuestras calles; frente a ello, hay que decir que ya hemos visto algunas movilizaciones espontáneas que no obstante se han diluido rápidamente, como ocurrió con el Movimiento #Yosoy132.
Frente a la posibilidad latente de que, considerando los niveles de pobreza y desigualdad que vivimos, haya pronto protestas de largo alcance y de consecuencias que difícilmente podrían dimensionarse, lo relevante sería en este momento, iniciar un proceso de reconciliación nacional, comenzando con una rápida pacificación de la vida social, así como con un compromiso tangible de reducción de la pobreza.
Nuestro escenario es complejo; la economía no crecerá al ritmo esperado; la violencia política se hace presente peligrosamente en todos los procesos electorales; los dos principales partidos políticos de oposición viven severas crisis de identidad; los poderes fácticos continúan presionando a las instituciones con el fin de mantener los privilegios para unos cuantos, y en medio de todo ello, hay una población mayoritariamente agraviada por la desprotección social imperante.
Por otro lado, es de destacarse que, sobre todo en los gobiernos locales, el desorden institucional continúa y la corrupción campea; que hay una cada vez más notable ausencia de proyectos con la capacidad de iniciar transformaciones locales de gran calado, y que los liderazgos son cada vez más escasos.
Como resultado de todo lo anterior, pareciera que en este momento impera una especie de “estado de ánimo de confusión” generalizada, la cual está derivando rápidamente en una parálisis en prácticamente todos los ámbitos de la vida social. De ahí la urgencia de nuevas respuestas y sobre todo, de fortalecer el liderazgo nacional de la Federación a fin de reconducir al país hacia un rumbo claro y hacia rutas transitables de certidumbre.
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