Mario Luis Fuentes
Excelsior 01/07/2013
No basta con generar crecimiento económico, no es
suficiente crear puestos de trabajo y, desde luego, no alcanza con la
ampliación del acceso a servicios públicos, para garantizar la
legitimidad
y la credibilidad de gobiernos democráticamente electos.
De acuerdo con el pensamiento económico
hegemónico, crecer le permite a las sociedades generar condiciones de
acceso al mercado, así como incentivos suficientes para que la población
genere las capacidades, tanto individuales como colectivas, de acceso
al bienestar.
Desde esta lógica se asume que si un país genera procesos de crecimiento económico de manera sostenida, estabilización de sus variables macroeconómicas, así como la consolidación de regímenes democráticos, entonces debiera insertarse en procesos virtuosos de ampliación constante de las libertades y el bienestar.
El caso reciente de Brasil pone en tensión estos supuestos. Lo anterior, porque si bien es cierto que en Grecia, Portugal, España, Irlanda y otros países europeos, el desempleo y la prolongada crisis económica ha llevado a que la gente proteste en las calles; en Brasil todavía la mayoría de los expertos enfrentan el asombro ante la imposibilidad de comprender a cabalidad qué es lo que ha llevado, literalmente a millones de personas, a protestar y expresar un malestar generalizado.
Quizá en el análisis hace falta incorporar nuevas miradas; o lo que es más, tal vez lo que esté haciendo falta es mirar “con ojos distintos” los procesos sociales, y con base en esta visión renovada, generar nuevos procesos de explicación de las dinámicas sociales, así como de plantear nuevas preguntas, capaces de sembrar el germen de la respuesta ante la complejidad de lo social.
No es casual que en el caso brasileño hayan sido las y los jóvenes quienes tomaron la iniciativa de llamar a la movilización. Y es que son precisamente ellos, quienes han tenido acceso a un mayor ingreso y a mejores condiciones de vida, quienes hoy exigen no sólo el cese al incremento de precios en las tarifas de los servicios públicos, sino tres cuestiones fundamentales: a) combatir la corrupción; b) frenar —por considerarlos inmorales— los excesivos gastos para la organización de los Juegos Olímpicos y, c) disminuir de inmediato las condiciones de desigualdad que privan en aquel país.
Para México, el complejo escenario internacional de incertidumbre; y en ese marco, las constantes manifestaciones del malestar social, deberían constituir poderosas enseñanzas para evitar que en medio de la pobreza, la vulnerabilidad, la corrupción, la desigualdad y la violencia que nos caracterizan, pueda darse también un “estallido social” de proporciones que son difíciles de imaginar.
Quizá lo más importante de entender es que efectivamente no basta con generar crecimiento económico, que no es suficiente crear puestos de trabajo, y que desde luego no alcanza con la ampliación del acceso a servicios públicos, para garantizar la legitimidad y la credibilidad de gobiernos democráticamente electos.
Desde esta perspectiva, es necesario asumir con seriedad, que las personas necesitan mucho más que ingresos y acceso a los mercados; que tan importante como el acceso al bienestar material es el sentido de pertenencia; la posibilidad de construir un “nosotros”; y la ancestral e histórica necesidad de construir comunidad e ideales compartidos.
Las nociones de libertad, felicidad humana, dignidad e igualdad, no han desaparecido ni deben hacerlo. Pensarlas, pero sobre todo, ser capaces de construir un orden institucional con la capacidad de darles cauce y sentido, implica asumir que hay ideas que no caben ni en los más abiertos y extensos mercados en el mundo; y ese es el entramado que aún tenemos el reto de edificar.
*Director del CEIDAS, A. C.
Desde esta lógica se asume que si un país genera procesos de crecimiento económico de manera sostenida, estabilización de sus variables macroeconómicas, así como la consolidación de regímenes democráticos, entonces debiera insertarse en procesos virtuosos de ampliación constante de las libertades y el bienestar.
El caso reciente de Brasil pone en tensión estos supuestos. Lo anterior, porque si bien es cierto que en Grecia, Portugal, España, Irlanda y otros países europeos, el desempleo y la prolongada crisis económica ha llevado a que la gente proteste en las calles; en Brasil todavía la mayoría de los expertos enfrentan el asombro ante la imposibilidad de comprender a cabalidad qué es lo que ha llevado, literalmente a millones de personas, a protestar y expresar un malestar generalizado.
Quizá en el análisis hace falta incorporar nuevas miradas; o lo que es más, tal vez lo que esté haciendo falta es mirar “con ojos distintos” los procesos sociales, y con base en esta visión renovada, generar nuevos procesos de explicación de las dinámicas sociales, así como de plantear nuevas preguntas, capaces de sembrar el germen de la respuesta ante la complejidad de lo social.
No es casual que en el caso brasileño hayan sido las y los jóvenes quienes tomaron la iniciativa de llamar a la movilización. Y es que son precisamente ellos, quienes han tenido acceso a un mayor ingreso y a mejores condiciones de vida, quienes hoy exigen no sólo el cese al incremento de precios en las tarifas de los servicios públicos, sino tres cuestiones fundamentales: a) combatir la corrupción; b) frenar —por considerarlos inmorales— los excesivos gastos para la organización de los Juegos Olímpicos y, c) disminuir de inmediato las condiciones de desigualdad que privan en aquel país.
Para México, el complejo escenario internacional de incertidumbre; y en ese marco, las constantes manifestaciones del malestar social, deberían constituir poderosas enseñanzas para evitar que en medio de la pobreza, la vulnerabilidad, la corrupción, la desigualdad y la violencia que nos caracterizan, pueda darse también un “estallido social” de proporciones que son difíciles de imaginar.
Quizá lo más importante de entender es que efectivamente no basta con generar crecimiento económico, que no es suficiente crear puestos de trabajo, y que desde luego no alcanza con la ampliación del acceso a servicios públicos, para garantizar la legitimidad y la credibilidad de gobiernos democráticamente electos.
Desde esta perspectiva, es necesario asumir con seriedad, que las personas necesitan mucho más que ingresos y acceso a los mercados; que tan importante como el acceso al bienestar material es el sentido de pertenencia; la posibilidad de construir un “nosotros”; y la ancestral e histórica necesidad de construir comunidad e ideales compartidos.
Las nociones de libertad, felicidad humana, dignidad e igualdad, no han desaparecido ni deben hacerlo. Pensarlas, pero sobre todo, ser capaces de construir un orden institucional con la capacidad de darles cauce y sentido, implica asumir que hay ideas que no caben ni en los más abiertos y extensos mercados en el mundo; y ese es el entramado que aún tenemos el reto de edificar.
*Director del CEIDAS, A. C.
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