El cierre de 2008 deja varios saldos negativos en materias clave para el desarrollo nacional. La más grave de todas parece ser la caída del empleo y la pérdida de la protección social que ello implica para quien deja de ser un trabajador del sector formal.
Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo, al cierre del tercer trimestre de 2008 se registró la tasa de desempleo abierto más alta en los últimos ocho años, con lo que el número de desempleados llegó a 1.9 millones de personas fuera del mercado laboral.
El reto para el gobierno sigue siendo formidable. Si a estos desempleados se agrega el poco más de un millón de jóvenes que seguirán incorporándose a la población económicamente activa al menos de aquí a 2012, el requerimiento mínimo será de seis millones de puestos de trabajo, es decir, 1.5 millones de empleos anuales lo que, con un ritmo de crecimiento esperado para 2009 inferior a 2%, implica que la meta será difícil de alcanzar.
Los datos que arroja la evaluación del Coneval permiten sostener que el estancamiento en la generación de empleos es sobre todo resultado de un déficit estructural de las instituciones del Estado, primero para reformarse, y segundo, con el fin de impulsar un modelo de desarrollo económico que se dé de manera simultánea al social.
En efecto, desde 1992 a la fecha, el Coneval estima que se han incorporado poco más de 15 millones de personas al mercado laboral; de éstas, diez millones lo hicieron en el informal, y poco más de cinco millones en el formal. Esta cifra es de pavor y permite explicar en una buena medida por qué el hampa ha logrado penetrar en sectores sociales de bajos recursos y por qué las personas no han tenido, en la mayoría de los casos, más opción que participar de la economía subterránea que circula, desde la piratería, pasando por la venta de bienes robados y hasta el narcomenudeo.
A ello, Coneval añade el dato de que el ingreso promedio de las personas entre 1993 y 2008 prácticamente no ha crecido, números que contrastan con el acelerado crecimiento en los costos de la canasta básica alimentaria tanto en el sector rural, en donde se estima un crecimiento acumulado entre 2006 y 2008, cercano a 18%, como en los ámbitos urbanos, donde en ese mismo periodo se registró un alza cercana a 12 por ciento.
Recapitulando: un entorno con crecimiento económico casi nulo, con una acelerada precarización de las condiciones laborales y una inflación por arriba de 6%, la cual tiene efectos mucho más severos para los más pobres, debe llevar a un replanteamiento de las estrategias gubernamentales, en todos los niveles, para tratar de llevar la mayor cantidad de apoyos y servicios, de manera simultánea, a quienes más lo requieren.
No hay ningún argumento racional que permita sostener que las reformas y las políticas sociales que comenzaron a aplicarse desde la década de los 90 tendrán éxito ahora, y menos aún considerando los contextos ya descritos. Se requiere una nueva agenda pública a construir con dos propósitos mayores: 1) contener los efectos que la crisis tendrá para los más pobres, redefiniendo las políticas de asistencia social a través de la entrega de apoyos y servicios directos para los más pobres y, 2), relanzar una estrategia masiva de generación de empleos, partiendo de la inversión en infraestructura social básica; es decir, no grandes puentes, carreteras y obras de las llamadas “de relumbrón”, sino dirigidas al mejoramiento de escuelas, hospitales y espacios públicos para la convivencia.
No hay duda de que el gran tema de 2009 será el del empleo. Asumirlo con éxito va a implicar reformas económicas y sociales de gran envergadura, por lo que se requerirá mucho más que la sola actuación del gobierno. Ello implica, a su vez, acuerdos con otras fuerzas políticas y capacidad de entendimiento entre las partes, para asegurar, en esta ocasión, una verdadera transición hacia la equidad y la justicia social. Sólo entonces comenzará a completarse lo que hasta hoy muchos han llamado “la transición democrática”.
Los tiempos nublados que presagiaba Paz son ahora además tiempos borrascosos; por lo que requerimos, más que nunca, desarrollar y agudizar nuestras capacidades de diálogo y sobre todo de cordura, con el fin de poder transitar con ventajas la turbulencia global por la que atravesamos.
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