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lunes, 30 de noviembre de 2009

Una convocatoria limitada

Lunes, 30 de noviembre 2009

El discurso oficial sobre la pobreza parece asumir que, una vez nombrándola, ésta va a ser exorcizada.
La propuesta de combate a la pobreza presentada esta semana por el gobierno federal sorprendió a todos, por una visión en que redujo lo social y porque está sustentada en un diagnóstico cuestionable, antes que en un acuerdo político previo de largo alcance.
El discurso oficial sobre la pobreza parece asumir que, una vez nombrándola, ésta va a ser exorcizada; es decir, por reconocer que hoy tenemos casi cinco millones más de pobres alimentarios que en 2006, el problema está ya resuelto y se trata únicamente de seguir por donde vamos.
Una convocatoria a superar la pobreza que no incluye una reforma al sistema educativo nacional, a fin de garantizar, no sólo la inclusión de todos los niños, niñas y adolescentes, sino que garantice su calidad y oportunidad, constituye un despropósito que, sobre todo, ofende a un país agraviado por las desigualdades. En esa lógica, una propuesta social que no tenga como meta, con fechas precisas, elevar nuestro promedio educativo nacional a 15 años de escolaridad, no es viable.
Llamar a superar la pobreza sin reconocer que los bienes y servicios públicos no son de la calidad necesaria, sobre todo en materia de infraestructura y equipamiento de las unidades básicas de salud, constituye un llamado vacío.
Convocar a una propuesta social, sin reconocer la existencia de lo que Rolando Cordera llama un “federalismo salvaje”, caracterizado por la falta de coordinación y de complementariedad entre ordenes de gobierno, es errático.
Una política social que no incorpora nuevas estrategias y políticas para enfrentar los dilemas de la subjetividad, de la salud mental, de la acelerada transformación de las estructuras familiares y de los hogares, constituye una visión incompleta.
Una visión de lo social incapaz de generar integralidad entre la protección del medio ambiente y la seguridad alimentaria, es una visión incapaz de construir una nueva generación de instituciones sociales para enfrentar los problemas de nuestro tiempo.
Decirnos, en resumen, que la pobreza y la desigualdad serán superadas únicamente con los programas que opera y coordina la Sedesol, parece más un evento estrictamente mediático que una propuesta para articular el esfuerzo de toda la nación con el objetivo de abatir los dos rezagos que mayor vergüenza deberían causarnos a 100 años de la Revolución y 200 de la Independencia.
Urge construir un nuevo diálogo nacional público, pero esto es imposible cuando desde la Presidencia se pronuncian soliloquios disfrazados de convocatorias públicas. Ante un anuncio de esta magnitud, vale preguntarse: ¿por qué si el Coneval ha anunciado que entre el 8 y el 15 de diciembre se darán a conocer las nuevas mediciones multidimensionales de la pobreza, no se decidió convocar, con esas nuevas evidencias, a un diálogo franco sobre cómo construir nuevas alternativas para la justicia social?
Pensar que solamente con programas de asistencia social, bajo el esquema de las transferencias condicionadas, bastará para superar los rezagos estructurales, es sinónimo de un salto al vacío.
Antes de asumir que hay verdades incuestionables en lo social y paradigmas inamovibles deberíamos transitar hacia una reflexión compartida en la que se parta de la realidad de que hay distintas posturas en lo social y ninguna puede ser relegada si se quiere construir de verdad un país incluyente.
Una política económica así necesita, sin embargo, nuevas reglas de diálogo; nuevas estructuras y métodos para generar acuerdos; nuevas capacidades con miras al acuerdo político a favor de las mayorías y, sobre todo, una actitud ética que hoy parece ausente en los principales espacios de decisión del país.
Es urgente construir un nuevo diálogo nacional público.
http://www.exonline.com.mx

lunes, 9 de noviembre de 2009

Difíciles días para la República

Lunes, 09 de noviembre, 2009


Podemos seguir construyendo “megaproyectos” tales como autopistas, grandes presas, puentes, edificios, pero con ello la pobreza y la desigualdad apenas si se verán reducidas marginalmente.

La discusión que se ha dado en torno al Presupuesto de Egresos de la Federación 2010 ha puesto en evidencia una vez más la polarización existente, no sólo entre los distintos partidos políticos, sino en su interior.

Se ha hecho evidente también la fractura que divide al gabinete presidencial en cuanto a visión económica y social, y un extravío en torno a qué país queremos hoy y qué país habremos de tener en el futuro.

En este contexto, la discusión sobre el PEF ha sido reducida, en la mayoría de los casos, a una cuestión de disputa de intereses de grupo, antes que una reflexión mesurada sobre cuáles han de ser las prioridades nacionales.

No se ha comprendido que esta crisis es de tal magnitud, al tratar de la suma de otras (la ecológica, la del empleo, la de las migraciones y, con ella, la de las identidades), que no se podrá simplemente asumir que regresamos al lugar previo a que estallara la “turbulencia financiera.

Reconocer esta cuestión implica saber que se necesita otro modo de concebir al desarrollo; por lo que no puede pretenderse simplemente que se trata de hacer más con lo que tenemos, como tampoco puede creerse que mejorando lo que se venía haciendo será suficiente.

Lo social no es “una cosa” que se ajusta de acuerdo con variables económicas. Esto es, cuando una familia pierde su patrimonio; cuando alguno de sus miembros sufre una enfermedad crónica o una discapacidad o cuando conoce el mundo de la carencia absoluta, no es dándoles más ingreso como se puede resarcir el daño o se van a “equilibrar” las agendas de la subjetividad que se han visto afectadas o recrudecidas en estos momentos.

Hace falta mucha inteligencia social para comprender que la inversión en infraestructura no bastará para lograr que nuestro país crezca con el objetivo de reducir sostenida y significativamente la pobreza. Es más, debería comprenderse que la inversión no puede seguir con las tendencias y los ritmos con los que se venía haciendo para detonar la infraestructura social.

Empero, comprender estas cuestiones implica asumir que de lo que se trata es de reinventar al gobierno para que sea capaz de promover crecimiento económico con el fin central de garantizar equidad y, con ello, modificar las prioridades de la inversión pública.

Podemos seguir construyendo “megaproyectos” tales como autopistas, grandes presas, puentes, edificios, pero con ello la pobreza y la desigualdad apenas si se verán reducidas marginalmente.

En cambio, podemos apostar por un desarrollo a la inversa: invertir primero en la gente y garantizarle los derechos que la Constitución nos otorga a todos. Es decir, se trata de garantizar primero los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de la población.

La disyuntiva es simple: podemos invertir para intentar abatir el analfabetismo; reducir a cero los pisos de tierra en las viviendas; dotar a todos los mexicanos de agua y drenaje y lograr que al menos 90% de la población de 15 años termine la secundaria en el próximo lustro y con ello dar un salto enorme hacia una sociedad del conocimiento y el bienestar, o seguir invirtiendo para beneficiar a los grupos económicos y políticos que acaparan la mayor parte de la riqueza nacional. Es cuestión, no de perspectivas, sino de posiciones éticas.

Se trata de garantizar primero los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.

http://www.exonline.com.mx/diario/editorial/773887

jueves, 5 de noviembre de 2009

Mortalidad En El País: Cifras Que Pueden Evitarse


La cultura y la cohesión social

Lunes, 02 de noviembre de 2009

El año 2010 es uno simbólico, no sólo por la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, sino porque llegamos a estas fechas en medio de la destrucción del mundo del empleo, así como por una magnitud inimaginada de pobreza, exclusión y marginación social.
Los pueblos ejercen su vocación con base en su historia vivida y pensada; empero, no hay posibilidad de que esta vocación pueda realizarse cuando el proyecto compartido está fracturado.
Resulta preocupante que las celebraciones de la Independencia y la Revolución se estén reduciendo a festejos de traspatio y a la construcción de obras que constituyen verdaderos homenajes a la desigualdad, todos, por lo demás, “bautizados” ligeramente como “obras bicentenario”.
Era difícil prever que una celebración tan importante estaría marcada por una crisis sin precedentes. Pero lo sorprendente no es esto, sino la incapacidad de estar preparados ante un escenario tal, en el que la crispación se encuentra a flor de piel; en donde no hay posibilidad de diálogo y en donde hay una evidente ruptura entre quienes más tienen y los desposeídos.
Hemos dejado de hacernos preguntas fundamentales; una de ellas consiste en cuestionarnos ¿cómo ha sido posible que, en pleno siglo XXI, en nuestro país haya 20 millones de personas con hambre? ¿Cómo es posible que, en medio de la civilización, la injusticia persista?
En donde hay hambre hay siempre descontento. En un contexto polarizado es difícil promover la riqueza espiritual de los pueblos. Como antítesis, se busca que la poesía sea silenciada; se pretende el sometimiento de la filosofía.
Cuando los recursos son escasos, no hay nada peor que vivir el hambre biológica, agudizada por la anemia espiritual. Y nada habla más fuerte sobre la miseria de la política que su renuncia a la educación y a la cultura.
Invertir en ciencia y tecnología es fundamental para transitar hacia lo que se ha denominado las sociedades del conocimiento. Sin embargo, una ciencia sin asideros en las creaciones del espíritu, es una ciencia mutilada y carente de significado social verdadero.
Se ha dado por medir el bienestar social en términos de carencia de recursos; empero, vale la pena preguntar en nuestro contexto, ¿por qué no medirla por el número de bibliotecas públicas, teatros y museos; de poesía y de libros publicados?
Una cultura para la cohesión social es posible; sin embargo, para construirla se requiere transformar la visión y el sentido aspiracional desde el que se toman decisiones.
Esta crisis, que no es sólo económica, debería obligarnos a repensar cómo hacer que lo humano tenga un sentido más profundo; cómo lograr construir gobiernos que tengan como objetivo edificar estructuras de cohesión, cimentadas en una profunda educación para la diferencia, la complejidad y el diálogo honesto.

Por esto es importante que, en estos tiempos aciagos, la clase dirigente se dé cuenta de que destinar la mayor cantidad de recursos posible a la educación y a la cultura es urgente; que no se trata ni de un lujo ni de una inversión; que es una cuestión relacionada con la construcción del presente y la posibilidad de un futuro digno para todos.
Cuando los recursos son escasos, no hay nada peor que vivir el hambre biológica, agudizada por la anemia espiritual.
http://www.exonline.com.mx/