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jueves, 5 de noviembre de 2009

La cultura y la cohesión social

Lunes, 02 de noviembre de 2009

El año 2010 es uno simbólico, no sólo por la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución, sino porque llegamos a estas fechas en medio de la destrucción del mundo del empleo, así como por una magnitud inimaginada de pobreza, exclusión y marginación social.
Los pueblos ejercen su vocación con base en su historia vivida y pensada; empero, no hay posibilidad de que esta vocación pueda realizarse cuando el proyecto compartido está fracturado.
Resulta preocupante que las celebraciones de la Independencia y la Revolución se estén reduciendo a festejos de traspatio y a la construcción de obras que constituyen verdaderos homenajes a la desigualdad, todos, por lo demás, “bautizados” ligeramente como “obras bicentenario”.
Era difícil prever que una celebración tan importante estaría marcada por una crisis sin precedentes. Pero lo sorprendente no es esto, sino la incapacidad de estar preparados ante un escenario tal, en el que la crispación se encuentra a flor de piel; en donde no hay posibilidad de diálogo y en donde hay una evidente ruptura entre quienes más tienen y los desposeídos.
Hemos dejado de hacernos preguntas fundamentales; una de ellas consiste en cuestionarnos ¿cómo ha sido posible que, en pleno siglo XXI, en nuestro país haya 20 millones de personas con hambre? ¿Cómo es posible que, en medio de la civilización, la injusticia persista?
En donde hay hambre hay siempre descontento. En un contexto polarizado es difícil promover la riqueza espiritual de los pueblos. Como antítesis, se busca que la poesía sea silenciada; se pretende el sometimiento de la filosofía.
Cuando los recursos son escasos, no hay nada peor que vivir el hambre biológica, agudizada por la anemia espiritual. Y nada habla más fuerte sobre la miseria de la política que su renuncia a la educación y a la cultura.
Invertir en ciencia y tecnología es fundamental para transitar hacia lo que se ha denominado las sociedades del conocimiento. Sin embargo, una ciencia sin asideros en las creaciones del espíritu, es una ciencia mutilada y carente de significado social verdadero.
Se ha dado por medir el bienestar social en términos de carencia de recursos; empero, vale la pena preguntar en nuestro contexto, ¿por qué no medirla por el número de bibliotecas públicas, teatros y museos; de poesía y de libros publicados?
Una cultura para la cohesión social es posible; sin embargo, para construirla se requiere transformar la visión y el sentido aspiracional desde el que se toman decisiones.
Esta crisis, que no es sólo económica, debería obligarnos a repensar cómo hacer que lo humano tenga un sentido más profundo; cómo lograr construir gobiernos que tengan como objetivo edificar estructuras de cohesión, cimentadas en una profunda educación para la diferencia, la complejidad y el diálogo honesto.

Por esto es importante que, en estos tiempos aciagos, la clase dirigente se dé cuenta de que destinar la mayor cantidad de recursos posible a la educación y a la cultura es urgente; que no se trata ni de un lujo ni de una inversión; que es una cuestión relacionada con la construcción del presente y la posibilidad de un futuro digno para todos.
Cuando los recursos son escasos, no hay nada peor que vivir el hambre biológica, agudizada por la anemia espiritual.
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