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lunes, 20 de enero de 2014

Una sociedad en paz es posible

Excélsior, 20/01/2014

La violencia de la que hoy somos testigos ha estado entre nosotros desde hace mucho tiempo; quizá desde nuestra propia génesis como nación. Y a pesar de ello, no podemos asumir que se trata de una realidad que deba seguir así de una vez y para siempre. La violencia y su control en la sociedad ha sido un tema histórico de reflexión filosófica, pero también de la sociología, el derecho y la ciencia política, siempre en el ánimo de exorcizar las pulsiones agresivas de los seres humanos y tratando de construir, al parecer también siempre contracorriente, una extendida cultura para la paz y la convivencia solidaria entre las personas.

¿Se puede vivir en paz en nuestras sociedades? Si la respuesta fuese no, entonces estaríamos renunciando tácitamente a nuestra condición de humanidad, la cual, habría que asumir a plenitud, no está caracterizada exclusivamente por nuestra racionalidad inherente, sino, sobre todo, por nuestra capacidad de compasión y de solidaridad con respecto a los demás.

En los primeros días de diciembre del año pasado, la agencia de noticias Europa Press daba cuenta de una nota insólita que no tuvo la repercusión reflexiva que ameritaba: en Islandia, un país de alrededor de 350 mil habitantes, agentes de la policía tuvieron que disparar en contra de un hombre de 59 años, quien perdió la vida en el enfrentamiento. Lo insólito del asunto, debe decirse, es que se trata de la primera muerte por disparos de la autoridad en la historia de ese país. Sin duda es de destacarse, además, que en el comunicado oficial, la máxima autoridad policial islandesa ofreció una disculpa pública y envío un mensaje de condolencias a la familia de la persona abatida. Hay en este asunto una enseñanza mayor: es posible “impregnar” de humanidad a las autoridades, pero esto sólo es posible cuando se construyen cimientos culturales de rechazo vital a la violencia y cuando el modelo educativo está dirigido a la promoción de los mejores valores y principios éticos de la modernidad. 

Resulta alentador el anuncio de la Presidencia de la República en torno a que se buscará reducir la violencia a través de acciones culturales, pero lo que debe entenderse es que necesitamos mucho más que festivales y eventos de alta cultura; que lo urgente, antes bien, se encuentra en el trabajo cotidiano en las escuelas, de la mano con las familias y la comunidad, a fin de lograr que los derechos humanos echen profundas raíces en la mentalidad colectiva.

No debemos perder de vista que las amenazas a la cohesión social se encuentran no sólo en las acciones de la delincuencia organizada, sino predominantemente en la violencia intrafamiliar, la violencia escolar y la criminalidad del orden común, la cual ha crecido año con año y se ha extendido ante la mirada impávida y en no pocas ocasiones complaciente de los gobiernos estatales y municipales.

Lograr que las niñas y los niños desarrollen capacidades para la convivencia solidaria, que hombres y mujeres podamos tratarnos con respeto y reconocimiento de las diferencias y que, en general, la paz sea asumida como la mejor opción de vida posible, dependerá de la capacidad que tengamos para promover una nueva cultura de convivencia, de inclusión y de armonía, porque, como se ha visto, una sociedad en paz sí es posible.

*Director del CEIDAS, A. C.

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