Lunes 9 febrero 2009
La crisis del sistema financiero internacional es inédita no sólo por su magnitud, sino también porque tiene su origen tanto en el agotamiento de los mecanismos de regulación económica, como en una profunda crisis ética de Occidente.
El modelo de desarrollo que conocimos en el siglo XX ha llegado, sin duda alguna, a su fin. Ahora estamos obligados a construir una nueva dinámica económica global que permita reducir las brechas de desigualdad, los océanos de pobreza que cada día crecen más, así como garantizar la viabilidad ecológica de un planeta literalmente en calentamiento y el cual enfrenta un cambio climático cuyo desenlace aún no estamos siquiera cerca de vislumbrar.
Si el reclamo de William Clinton durante su campaña política en la década de los 90 fue la más que famosa frase de “it’s the economy, stupid”; el presidente Obama fue más allá y lo que puso en el centro de debate no en Estados Unidos sino en todo el mundo, no fue ya la economía, sino la ética.
Su argumento en torno a que es la codicia lo que provocó la crisis que hoy estamos viviendo y padeciendo, mueve las fichas del tablero hacia otro lado y puede ser interpretada como un llamado a que el debate lo den ya no sólo los economistas sino los politólogos, los sociólogos, los filósofos y, por lo que se vio en su toma de posesión, hasta los poetas.
Invocar al poder del arte, la poesía y la filosofía en la toma de posesión del presidente de Estados Unidos es un asunto mayor: implica una decisión de Estado y no sólo una pieza de decorado como muchos quisieron hacer ver. No se trató, pues, de un recurso de escenografía, sino muy probablemente de una nueva forma de plantear las cuestiones del poder. Parece que el mensaje es: “Ha terminado el reinado de la ortodoxia económica y se va a intentar una apuesta por el pensamiento complejo”.
La audacia de Obama, en esa lógica, parece no provenir de un carácter arrojado, sino de una inteligencia capaz de procesar la complejidad. Y eso en un político es una cualidad invaluable, porque garantiza una posibilidad mayor de actuar de manera asertiva en momentos en que la magnitud de los problemas a enfrentar rebasa, con mucho, a las capacidades que se tienen para hacerles frente.
En este contexto mundial y regional, en México tenemos la enorme oportunidad de actuar antes de que las oleadas de despidos que se están comenzando a generar en todas partes, se conviertan en marejadas incontrolables. El reto, sin embargo, consiste en lograr que quienes poseen la responsabilidad de tomar las decisiones al más alto nivel sean capaces y tengan y el atrevimiento a pensar distinto, a asumir que los supuestos desde los que se construyó el andamiaje institucional y económico en el siglo XX ya fueron dinamitados y cuyo colapso nacional y global es inminente.
Se trata de asumir que requerimos un nuevo modelo de desarrollo sustentado en tres objetivos: 1) generar empleo digno para todos, 2) generar inclusión social y equidad y, 3), garantizar la sustentabilidad medioambiental.
Para lograr estos objetivos se requiere sin embargo una nueva ética del poder; se necesita asumir un giro radical en las conciencias de la clase política y aceptar que el sistema que hoy se está derrumbando ha dejado a millones de víctimas, y que éstas claman por justicia y dignidad. Como sostiene Mardones: es preciso asumir una ética desde la mirada de las víctimas, de los excluidos, de quienes han sido marginados a esferas de miseria y cuya tarea de vida ha sido circunscrita a buscar, una generación tras otra, conseguir un ingreso de dos dólares diarios y con ello saltar la línea de la pobreza.
Apelar al arte y la filosofía es una buena apuesta en esta construcción; el reto está en que la arrogancia de la ortodoxia económica ceda el paso y permita que saberes hasta hoy sometidos, recobren voz y espacios para proponernos nuevas formas de convivencia con el medio ambiente, y lógicas de trabajo en las que la justicia, y no la explotación, sea la categoría dominante.
México está al borde de un momento histórico singular: la celebración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana. Ambos son un extraordinario motivo para convocar a la unidad nacional, a la cohesión social en torno a un proyecto de una patria generosa que dé cabida a todos y abra la puerta a nuevas formas de relación social, porque las que hoy tenemos sin duda están al borde del agotamiento.
Tenemos mucho que rescatar de nuestro legado histórico, empero, tenemos también en esa medida todo por construir, para así fundar un futuro compartido en generosidad, dignidad y equidad para todos.
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