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lunes, 12 de mayo de 2014

La otra violencia

Excélsior, 12/05/2014
 
Un niño de 16 años le pide a su madre que le ayude para comprar en su cumpleaños un nuevo teléfono celular y unos tenis; la mamá le presta el dinero y, para pagarlo, el joven consigue un empleo de fin de semana. En una parada de autobús, el joven es asaltado, intenta resistirse y el criminal le da dos puñaladas en el pecho; ya en el piso, agonizante, es despojado de su celular y de sus tenis.

Una niña de 16 años compra un nuevo teléfono celular con los ahorros que logró acumular durante un año, es asaltada en una parada de autobús; intenta resistirse y el criminal le da dos disparos, una vez más, mientras agoniza, es despojada de sus pertenencias.

Un hombre camina por un puente peatonal en Iztapalapa, un delincuente lo intercepta, forcejean y el criminal le da un disparo en la frente, huye y, evidentemente, la persona agredida pierde la vida.

Dos profesores contratan a varias personas para que lleven a cabo diversas tareas en su casa, un día salen y, al regresar, escondidos en el interior de su vivienda, quienes eran sus empleados los agreden, los asesinan; sorprende que al profesor le haya sido arrojada una piedra a la cabeza, lo cual le quitó de inmediato la vida.

Estas son noticias de la vida cotidiana en la Ciudad de México y sus alrededores, pero que seguramente se reproducen en todo momento y en todos los espacios. Son noticias que además de sorprendernos, duelen, porque hay un exceso de maldad en la forma en cómo cientos de crímenes se están cometiendo.

¿Qué es lo que nos pasó? ¿En qué momento el sadismo y la indolencia se convirtieron en el rasero de la vida cotidiana? ¿En qué momento dejamos de conmovernos, de indignarnos de tal manera, que la sanción a quien delinque de esta forma sea no sólo judicial, sino social? Es decir, ¿cómo y cuándo pasó que dejamos de ser una sociedad pacífica que rechaza culturalmente la violencia?

En este contexto, si algo debemos ser capaces de reconocer es que a la par de la vorágine de homicidios perpetrados por las bandas criminales, ha ido creciendo aceleradamente la violencia en prácticamente todas las esferas de la vida social y, frente a esta realidad, lo que urge es revisar todas las políticas de prevención, no sólo del crimen, sino de la violencia, y sobre todo, de aquella que se perpetra en contra de quienes son más vulnerables.

Vivimos en un país en el que pareciera que nos enfrentamos, parafraseando al filósofo Bataille, a la más profunda e incomprensible de nuestras partes malditas: la agresividad está en todas partes: en las calles, en el transporte público, en los parques; y frente a tanta desolación, sorprende aún más que las propuestas institucionales no pasen de ser miradas impávidas, de pronto hasta esquizofrénicas, están muy lejos de generar respuestas de la magnitud y alcance que hoy requerimos.

Enfrentamos un drama mayor que se sintetiza en la pregunta de Job: ¿por qué son los pérfidos quienes perviven? Y es en la respuesta a esta cuestión en la que nos jugamos casi todo; no vaya a ser, como diría el propio personaje bíblico, que nos impongamos como destino recorrer, y no sin disgusto, la ruta antigua de los hombres perversos.
  
*Director del CEIDAS, A.C.
Twitter: @ML_fuentes

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