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lunes, 19 de mayo de 2014

Mejor política para la democracia

Excélsior, 22/05/2014 

El ejercicio de la política no siempre tiene un perfil democrático; en América Latina lo sabemos. De hecho, podría afirmarse que la calidad de la democracia depende siempre de la calidad del ejercicio de la política. Si ésta se ejerce para el mantenimiento de privilegios para unos cuantos, ocurrirá que aún en regímenes con procesos electorales competitivos, la democracia tendrá lo que puede calificarse como una “baja calidad”.

El Informe Latinobarómetro ofrece información que ilustra lo anterior: México es el segundo país de la región en donde la democracia ha perdido en mayor grado el respaldo ciudadano; y por paradójico que parezca, el sistema electoral mexicano es visto todavía como un referente internacional de institucionalización en la organización de los procesos electorales.

De acuerdo con el Latinobarómetro, en 2013, sólo 37% de la ciudadanía en México considera que la democracia es la mejor forma de gobierno; éste es el índice más bajo en los últimos 25 años. Dato que debería preocuparnos pues los factores que mayormente han erosionado la confianza ciudadana en la democracia y sus instituciones son: a) la corrupción; b) la violencia y sobre todo; c) la pobreza y la desigualdad.

Se ha dicho en distintos espacios que tenemos un déficit de ciudadanía; otros expertos han hablado de una “ciudadanía blanda” es decir, mayorías que no cuentan con las capacidades de ejercer y exigir el cumplimiento de sus derechos.

Pese a que lo anterior es relativamente cierto, no lo es menos el hecho de que también hay un correlato de una “política profesional blanda”; es decir, de una práctica política que no asume como responsabilidad ética construir un marco jurídico y un entramado institucional para dar cumplimiento al mandato constitucional y sus leyes.

La política como diálogo fecundo no ha prosperado en México en los últimos 30 años; antes bien, la violencia política ha forzado por momentos de nuestra historia reciente, a determinaciones literalmente basadas en la “razón de Estado”; y en otras, a desbordar el marco institucional ante la violencia prevaleciente en amplias regiones del país.

En este escenario, si algo es evidente es la urgencia de una nueva política; es decir, no se trataría sólo de una renovación, sino de una refundación de una ética pública orientada a la construcción de una sociedad de bienestar, cimentada en el más amplio espectro de cumplimiento y garantía de los derechos fundamentales.

Comprender, como se ha exigido en múltiples foros, que la democracia no se agota en los procesos electorales, implica una nueva conciencia democrática al interior de las estructuras de los partidos políticos, de las instituciones de la República, y por supuesto, en la mentalidad de la mayoría de la población.

Pero todo ello exige de una nueva educación para la paz, para la convivencia respetuosa en la diversidad y la multiculturalidad; necesita de una clase política que tenga la audacia de asumir una profunda tarea pedagógica que predique con base en la rectitud de su actuar cotidiano y en una ética pública orientada desde una vocación de servicio patriótico a prueba de todo.

Para vivir en democracia, lo que hoy nos hace falta es aprender a construir la democracia; ello exige de más y más política y diálogo de calidad; y eso, es lo que sigue pendiente de convertirse en práctica y celebración cotidiana.

*Director del CEIDAS, A.C
Twitter: @ML_fuentes

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