Lunes 9 de marzo de 2009
La economía mexicana se encuentra en un callejón sin salida desde la década de los 80. Si se revisan a detalle los datos disponibles, en México se apostó por un modelo económico pensando que, en la medida en que se conectara a México con la globalidad, se generaría el desarrollo.
Tanto desde el punto de vista de la economía clásica como de las nuevas versiones del liberalismo, la clave de todo el engranaje económico se encuentra en la capacidad de consumo. La idea es tremendamente simple: a mayor número de consumidores, mayor impulso a la planta productiva; con ello, mayor inversión y, como resultado, una expansión constante de la economía. Si ocurre lo contrario, los efectos se darán simplemente a la inversa.
Hay tres trampas en esta forma de pensamiento. La primera, quizá la más profunda de todas, consiste en asumir que “el ciclo económico” es un organismo vivo al que hay que mantener por sí mismo; es decir, como si el funcionamiento de la economía fuese el último fin al que los seres humanos debemos servir inexorablemente, e inmolarnos si fuese necesario.
Por el contrario, lo que me parece urgente es recobrar la noción clásica que tuvieron de esta actividad humana los griegos antiguos: la buena administración de la casa. Si se percibe así, la economía no es un fin, sino un medio para racionar y administrar de manera inteligente los recursos disponibles. La afirmación anterior lleva a desvelar la segunda trampa del pensamiento económico imperante: “el mercado es capaz de autorregularse, crea su propia demanda y autocontrola sus procesos de producción y consumo.
La crisis económica global muestra que esa tesis es a todas luces errónea. Ni el mercado se autorregula ni como consecuencia genera “lógicas de equilibrio distributivo”. El mercado, como fue diseñado y operado en los últimos 30 años, es excluyente: genera desigualdad y propicia concentración de los ingresos. Ergo, habría que cambiar el modelo de organización de los mercados globales y de los nacionales.
La tercera trampa del pensamiento neoliberal consiste en considerar a los salarios solamente como factores de producción y no un elemento fundamental en la posibilidad de realización de proyectos de vida de los trabajadores.
Lo anterior se refleja en el hecho de que, de acuerdo con el más reciente Informe Global sobre los Salarios, de la OIT, entre 1995 y 2007 han crecido mucho menos que el PIB per cápita registrado como promedio en todo el mundo; y la desigualdad entre los salarios más altos y los más bajos se incrementó en más de dos tercios de los países, de los que se dispone de datos, en ese mismo periodo.
Esto significa simple y llanamente que en todo el mundo hay una tendencia a la super-acumulación para unos cuantos y una intensificación de la explotación laboral, lo que concentra aún más la riqueza en bloques y regiones, así como en el interior de los países.
¿Cómo escapar a esas trampas del pensamiento económico? Lo primero es no pensar según se ha concebido a la economía en los últimos 30 años y regresar a la “multidisciplina” en el estudio de lo social. Entonces, regresar al pensamiento complejo es el reto que tenemos en el siglo XXI.
Desde una mirada así, la categoría que estaría al centro de la discusión mundial sería la del salario, anclada en una profunda posición de defensa al trabajo digno; es decir, un trabajo que dé acceso a prestaciones sociales que, sin duda, pueden tener efectos redistributivos mucho más importantes que los que hemos logrado hasta ahora.
Recobrar en México el espíritu de la Constitución en materia de salarios mínimos permitiría transitar a un modelo de desarrollo económico y social, articulado, sí, a través del consumo, pero alentado desde una recuperación constante del salario de los trabajadores, así como desde el acceso a estructuras institucionales que garanticen mínimos de bienestar para todos.
En México, el salario real no ha crecido desde 1993; tampoco lo ha hecho eficientemente el mercado formal. Al respecto, no habría mucho que argumentar, pero sí mucho que hacer para regresar, ya, a una nueva idea de una economía que nos permita crecer, pero con el fin de garantizar equidad. Y la clave, desde mi punto de vista, se encuentra en mejores salarios y en el trabajo digno.
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