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lunes, 20 de julio de 2009

La disyuntiva del Presidente

Lunes, 20 de julio 2009


La recomposición en el equilibrio de fuerzas en la Cámara de Diputados y en los gobiernos estatales ha situado a la Presidencia de la República en un dilema mayor.

La estrategia asumida de cara al proceso de 2009 mostró que apostar todo por tener la mayoría en el Congreso, para imponer una sola visión de país y una sola concepción sobre cómo generar desarrollo social y crecimiento sostenido, constituye un enorme riesgo que va en detrimento de las instituciones y de su capacidad de funcionamiento.

Los tiempos de la política se han modificado radicalmente y la disputa por el Congreso estuvo siempre marcada por los signos de la sucesión que habrá en 2012, proceso que se dará entre liderazgos regionales con una alta capacidad de movilización de personas y recursos, y poderes centrales en disputa por mantener los privilegios que han logrado, no sólo retener, sino acrecentarlos en las últimas décadas.

Si se tratara sólo de una disputa por el control de los cargos de la administración del Estado, se podría hablar de un proceso relativamente normal dentro de un esquema democrático. Empero, lo que está en juego es mucho más que eso: se trata de una profunda falta de acuerdos sobre el país que debe construirse y acerca de las rutas que deben transitarse para recomponer lo hoy a todas luces fracturado: el tejido social.

Los datos dados a conocer el fin de semana por el Coneval dan la pauta para reorientar la discusión. Estamos una vez más en los mismos niveles de pobreza que teníamos en términos porcentuales en 2004, con la novedad de que, como hoy somos más mexicanos, en números absolutos la cifra se incrementó sustantivamente, para llegar en 2008 a más de 50.6 millones de pobres, dato que hoy es a todas luces menor a lo que la realidad de la recesión y la caída esperada del PIB para finales de este año nos permiten proyectar.

Lo peor de estas cifras se encuentra en el hecho de que también la desigualdad creció; en que los pobres de ayer son más pobres hoy, y en la realidad de que los ricos de siempre hoy concentran mucho más el ingreso de un país que ha vivido una atroz y constante sangría económica y financiera desde la década de los 80.

Desde entonces hemos padecido una gran crisis en cada una de estas décadas, acompañada de sus respectivos desastres naturales y sociales que han terminado por mostrar la enorme vulnerabilidad y tragedia que aqueja y lastima a los más pobres. El terremoto de 1985; las explosiones de San Juanico y el huracán Gilberto; Aguas Blancas, Acteal y el huracán Paulina; el huracán Stan y hoy la tragedia de Hermosillo, no son sino parte de esta trama espeluznante de desigualdad y exclusión, que ha surgido como corolario de un modelo que considera a lo social como un elemento residual y que se resolvería simplemente gracias a la mecánica del libre mercado.

La disyuntiva que hoy tiene el presidente Calderón consiste en lo siguiente: seguir apostando al juego político del día a día marcado por las encuestas de popularidad y, en ese sentido, continuar con un gabinete dedicado a administrar la tragedia, o bien apostar por construir las bases para un pacto social de gran envergadura, que trastoque en sus fundamentos al modelo que cada vez más nos acerca al precipicio social. Esto implica reconstruir a su gabinete y convocar a las mejores mentes, a las personalidades con mayor estatura ética del país, para que, en un diálogo respetuoso, pueda generarse un nuevo pacto social que tenga como premisa crecer para la equidad.

En todo caso, no será aceptable, ni ética ni políticamente, que ante el desastre que hoy tenemos enfrente, el gobierno sugiera, como ya lo ha hecho la Sedesol, que continuará administrándonos la misma “medicina”, que va a seguir con los programas que hasta hoy ha gerenciado y que éstos permitirán salir rápidamente de la crisis.

Ante la evidencia y la dureza de los datos, lo cierto es que las estrategias, las políticas y los programas que hoy operan están desbordados, no lograrán abatir la pobreza en el corto plazo y, de seguir por donde vamos, en diez años nos volverán a decir que la crisis vino de afuera y, con ello, tratar de justificar la incompetencia que se ha tenido al no generar un modelo de crecimiento basado en el trabajo digno y en la noción elemental de garantizar justicia social.

Los pobres de ayer son más pobres el día de hoy y, los ricos de siempre, hoy concentran mucho más el ingreso.

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