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lunes, 14 de septiembre de 2009

El olvido de lo social

14-Sep-2009

La crisis económica ha abierto uno de los peores escenarios para el país. Se había advertido de la irracional dependencia de los ingresos petroleros, cuyo efímero auge en la primera mitad de la década generó recursos excedentes, dilapidados no sólo a través de un gasto orientado mayoritariamente a la obtención de dividendos políticos, sino con muy pocas capacidades para generar un crecimiento sostenido de la economía.
Hay un olvido de la economía política y, con ello, un tremendo olvido de lo social. México continúa debatiéndose, así, entre dilemas absurdos que se traducen en discursos y actitudes políticas que no atinan a encontrar, menos aún a construir, propuestas de largo plazo que logren romper la tendencia hacia una crisis perpetua en la que nos hemos insertado desde hace ya más de 15 años.
El boquete fiscal tardíamente reconocido por las autoridades hacendarias ha querido cerrarse a través de la apertura de otro, más grave quizá, debido a las consecuencias derivadas que podrá causar a las clases más desprotegidas, para las cuales el incremento de 2% en medicinas y alimentos será un duro golpe a las ya de por sí precarias condiciones en las que viven. El argumento hacendario tiene un doble filón que resulta en ambas aristas falso: en primer lugar, no es cierto que los pobres no resentirán el incremento en el costo de los productos básicos.Toda la evidencia disponible muestra que las personas de más bajos ingresos son quienes gastan mayores porcentajes de sus recursos en alimentos y medicinas. En segundo lugar, la idea de que el dinero que se obtenga mediante este impuesto se dirigirá al combate a la pobreza por la vía del Programa Oportunidades, es una falacia mayor, porque está documentado que no llega a casi un millón de familias en extrema pobreza.
Por otro lado, la apuesta de continuar con la misma estrategia de combate a la pobreza que hemos seguido en los últimos 20 años encierra igualmente un doble problema: el primero, el menor, consiste en seguir poniendo, como afirmaba Marx, a la carreta delante de los bueyes y pretender que ésta siga avanzando; no puede combatirse efectivamente la pobreza sin combatir de la mano la desigualdad, y cobrar impuestos a los pobres por las raquíticas cantidades de alimento y medicamentos que consumen es simplemente un despropósito, pues puede incluso contribuir a incrementar los océanos de desigualdad que los separan de quienes más tienen. El segundo problema consiste en continuar asumiendo literalmente como dogma la teología neoliberal y tecnocrática, a través de la que se asume que la pobreza puede superarse por medio de la generación de capacidades de consumo, sin comprender que la cuestión social es mucho más compleja que un asunto de pesos y centavos y hay dilemas como el suicidio, la violencia contra mujeres y niños, las adicciones, el embarazo adolescente y crímenes extremos, que no pueden simplemente combatirse repartiendo limosnas hoy secularizadas en la asistencia social a través de Oportunidades a los excluidos.
El Buró del Censo de los Estados Unidos de América publicó la semana pasada las cifras sobre la pobreza y la desigualdad en aquel país entre 2006 y 2008. Es cierto que el impacto de la crisis ya se reflejó en el número de pobres, de los cuales un importante porcentaje se registró entre la población hispana. Lo interesante del caso es que la desigualdad no aumentó, como sí lo hizo en México, lo que muestra, una vez más, que estamos abordando de manera equivocada el problema. De acuerdo con los datos de que disponemos, en México es altamente probable que la desigualdad siga incrementándose en los próximos meses, de la mano de los casi 55 millones de pobres que, se espera, tengamos al final de este año.
Estos datos deben servir para repensar el modelo económico desde una perspectiva de economía política, para que no sólo se piense en preservar los intereses de los enclaves económicos privilegiados, sino en la complejidad de lo social, incorporando un claro sentido ético en torno a cómo generamos y distribuimos la riqueza en México. Nuestro país necesita urgentemente recomponer el rumbo: otear nuevos horizontes desde una visión de la política y la economía apegada a la ética y a principios elementales de justicia.
El México de la injusticia económica debe entenderse en clave de injusticia social. Sólo así lograremos revertir la perniciosa desigualdad y la pobreza que día con día generan más oprobio y desesperanza.
No es cierto que los pobres no resentirán el incremento en el costo de los productos básicos.

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