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lunes, 16 de diciembre de 2013

20 años después

Excélsior, 16/12/2013

Cada que concluye un año resulta valioso plantearnos miradas retrospectivas; más aún, cuando éstas pueden situarse en el mediano plazo, con el propósito de recuperar las lecciones aprendidas, pero también, para poner en una balanza qué se ha dejado de hacer y qué es lo que ha dado resultados negativos. Sin duda, este es un buen momento para pensar en dónde estábamos hace 20 años como país; y en ese repensarnos, pueden situarse dos grandes que nos confrontaron y que nos hicieron darnos cuenta de nuestras inmensas desigualdades y deudas históricas.

La primera de ellas puede denominarse hoy como “la cuestión indígena”; dos décadas atrás, pensar en un Estado pluriétnico era sinónimo de anatema; y era también muy difícil reconocernos como un país históricamente fracturado por las iniquidades; como una nación lacerada por la discriminación; y como una sociedad dividida y confrontada en valores y aspiraciones. El 1º de enero de 1994 nuestro país fue sacudido hasta sus cimientos con el levantamiento armado del EZLN. A la luz de los años, puede asumirse que el reclamo ético expresado por los zapatistas, estaba dirigido no sólo frente al Estado mexicano, sino frente a un modelo de desarrollo continental basado en el despojo y la negación de los diferentes.

En esa misma fecha entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), y como hoy, en ese entonces se asumía que estábamos ante la puerta de entrada a un proceso modernizador de largo plazo que por fin nos situaría entre las naciones más desarrolladas del mundo. Si hubiese que elegir dos conceptos para caracterizar en lo general aquel 1º de enero del 94, éstos serían los de la contradicción y la incertidumbre. Entonces como ahora, había enormes expectativas en torno al poder transformador de las reformas; pero también entonces como ahora había una fuerte crispación y malestar social.

Hace 20 años, como ahora, la mirada de los capitales internacionales, y con ellos las de los medios de comunicación de alcance global, estaban puestas sobre nuestro país; y por ello debemos tener cuidado de asumir, como entonces, un aire de triunfalismo que nos podría conducir a ninguna parte. A dos décadas de vigencia del TLC, nos encontramos con la realidad de que hemos crecido de manera mediocre, alcanzando apenas un promedio anual de 1.5% del PIB. Asimismo, la pobreza, medida a través de los ingresos de las personas, sigue al mismo nivel que había en 1992; y la desigualdad, medida por el Índice de Gini, sigue esencialmente intocada, y en algunas regiones incluso se ha profundizado.

Hoy, sin embargo, estamos agobiados por fenómenos que hace 20 años no tenían la dimensión dramática de ahora: el crimen organizado controla varios territorios y la violencia se ha expandido a todos los ámbitos sociales; las adicciones siguen aumentando; cada vez mueren más personas por causas en exceso evitables; tenemos a 2.7 millones de personas en el desempleo; mientras que la corrupción campea como práctica social normalizada. Estos y otros factores deben conducirnos a la prudencia, una virtud política que hemos dejado de lado y que, ante los riesgos que enfrentamos, puede permitirnos abrir nuevas rutas de crítica e imaginación, en aras de construir, de manera permanente el país justo que por responsabilidad ética, estamos obligados a ser.

*Director del CEIDAS, A. C.

Twitter: @ML_fuentes

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