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lunes, 9 de diciembre de 2013

Democracia y liderazgo


Uno de los mayores retos para una democracia se encuentra en el fortalecimiento de las instituciones. Para América Latina, transitar de regímenes sustentadas en el liderazgo carismático de caudillos hacia sistemas políticos basados en el Estado de derecho ha sido sumamente difícil, y sólo hasta hace apenas unos años se ha conseguido avanzar hacia la construcción de sistemas electorales relativamente estables y competitivos.

De manera preocupante, el Informe Latinobarómetro nos alerta sobre el debilitamiento de la confianza en las democracias; en efecto, recorre todo el continente una oleada de reclamo frente a la incapacidad de los gobiernos democráticamente elegidos de erradicar la violencia, la corrupción, la pobreza y la desigualdad. Esta realidad debe llevarnos al reconocimiento de que las democracias dependen, sí de sistemas institucionales sólidos que eliminen la discrecionalidad y el populismo; pero que también están determinadas por liderazgos democráticos que le den certidumbre y credibilidad al régimen de gobierno.

Lo anterior significa simple y llanamente que una democracia sin figuras democráticas emblemáticas siempre será frágil; porque si algo deberíamos haber aprendido ya, es que hay personajes que engrandecen a las instituciones; que las consolidan y que las potencian al dotarlas de dispositivos éticos que legitiman sus decisiones ante la ciudadanía. El liderazgo ha sido definido de muchas maneras; para la democracia, conviene la idea de que una persona puede ser considerada como un “líder”, en la medida en que sus acciones resultan siempre y en todo lugar ejemplares y dignas de ser imitadas y seguidas por sus semejantes.

Habría que preguntarnos, con honestidad, con cuántos liderazgos de este tipo contamos; y sobre todo, cuántos liderazgos más estamos construyendo a fin de que la democracia, la posibilidad de una vida en bienestar y en dignidad, así como una cultura para la paz y la convivencia solidaria para todos, sean la base de un porvenir posible en el corto plazo. La muerte de Nelson Mandela es un claro ejemplo de lo que un líder con vocación democrática y de paz puede hacer a favor de su país, pero también para el resto de la comunidad de las naciones.

Optar por el perdón y darle la espalda a cualquier ánimo de venganza es una lección que pocos son capaces de enseñarnos en nuestros días. Sin duda, habría que reconocer que detrás del avance democrático de Sudáfrica, lo que se encuentra es un sueño de libertad; y si retraemos esta idea a nuestra realidad, lo que encontramos detrás de las grandes decisiones de Juárez, Zapata, Madero o Lázaro Cárdenas, lo que encontramos también es el anhelo de justicia, libertad y dignidad para el país.

Desde esta perspectiva, el liderazgo sólo puede construirse desde una profunda noción de lo humano, desde la cual pueda convocarse constantemente a la reflexión compartida; al compromiso público con las mejores causas, y a la exigencia indeclinable de apego irrestricto al orden constitucional y su mandato de cumplir y exigir el cumplimiento integral de los derechos humanos. Todo esto lleva a una conclusión inevitable: una democracia requiere múltiples liderazgos, para que, en medio de la diversidad, puedan proponer y conducir diálogos perdurables para el acuerdo; y para alertarnos sobre los siempre posibles extravíos a que puede conducirnos una lógica de violencia, corrupción y malestar cultural, como la que hoy nos aqueja.

*Director del CEIDAS, A. C.

Twitter: ML_fuentes

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