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lunes, 2 de junio de 2014

Cuidar de los más pequeños

Excélsior, 2/09/14 

Todo en la vida es definitivo, nos advertía don Miguel de Unamuno. Aun con ello en consideración, puede decirse que hay, parafraseando a otro filósofo, “unas etapas más definitorias que otras”. Y entre ellas se encuentra, sin duda, lo que en literatura especializada se denomina como la primera infancia. En efecto, en los primeros tres años de la vida se constituyen las estructuras físicas y mentales más relevantes, mismas que se consolidan, o no, en el siguiente periodo que va de los tres a los cinco años.

En ese periodo se definirán el carácter, la mayoría de las capacidades de aprendizaje, así como la posibilidad, o no, de una vida saludable. A pesar de la insistencia y la exigencia de muchos en torno a poner al centro de todas las decisiones públicas aquellas que están relacionadas con el bienestar de la niñez, seguimos estando muy lejos de ser un país apropiado para la infancia: cada año mueren aproximadamente 800 niñas y niños por desnutrición, antes de cumplir el primer año de vida; y en términos generales, tenemos una tasa de mortalidad infantil demasiado elevada, si se consideran los recursos con que contamos para reducirla.

Por otro lado, si se considera a todas las niñas y niños menores de cinco años, las tasas de mortalidad por deficiencia nutricional, por enfermedades respiratorias agudas y por enfermedades diarreicas, resultan simplemente impresentables por lo que implican en términos de omisión de parte del Estado mexicano en el cumplimiento de los compromisos derivados de la Convención sobre los Derechos de la Niña y el Niño.

No debe olvidarse tampoco que la violencia homicida en contra de la niñez no se ha reducido en las últimas dos décadas; a diez años de que el secretario general de la ONU nos advirtiera en torno a los elevados niveles de violencia que se ejercen en contra de la niñez, los indicadores se mantuvieron para los más pequeños, y para quienes tienen entre diez y 19 años se recrudecieron de manera inaceptable.

UNICEF y Coneval han mostrado en los últimos años que si hay un flagelo que lastima y compromete el bienestar de las niñas y los niños es el de la pobreza: entre ellos, seis de cada diez viven en condiciones de pobreza; mientras que millones viven en condiciones de carencia por acceso a la alimentación, situación que permite explicar, en buena medida, las altas tasas de prevalencia de enfermedades por desnutrición en las niñas y niños menores de cinco años.

Cuando se piensa en los mecanismos para mejorar las capacidades institucionales para la protección integral de sus derechos, el panorama no deja de ser preocupante: basta con decir que en el nivel preescolar la cobertura para las niñas y niños de tres años no llega a 50%; y entre las niñas y niños de cuatro años no rebasa 65 por ciento.

Es hora de comprender que la garantía de los derechos de la niñez no puede seguir siendo vista como una inversión a futuro; se trata antes bien de un mandato ético que no puede sujetarse a su posible impacto ulterior. Para decirlo con todas sus letras: las niñas y los niños son portadores plenos de derechos; y lo son aquí y ahora, independientemente de lo que para ellos, y para todos, habrá de acontecer en los años por venir.

*Investigador del PUED-UNAM
Twitter: ML_fuentes

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