Mario Luis Fuentes
Lunes 23 de junio de 2008
México vive desde hace 15 años, de acuerdo con el análisis demográfico del Consejo Nacional de Población (Conapo), una nueva era de migraciones que es compartida por toda la región de América Latina y el Caribe. En efecto, de acuerdo con distintas estimaciones, América Latina es la región del mundo con mayor intensidad migratoria en todo el planeta y convierte a nuestra frontera con Estados Unidos, en la “zona de cruce” con mayor intensidad en todo el globo terráqueo.
Aun con ello, debe considerarse que Europa constituye la segunda región receptora de migrantes, provenientes sobre todo de África, Asia y, en menor medida, de América Latina. En ese sentido, vale la pena destacar que, la semana recién concluida, Europa tomó una decisión colectiva para endurecer sus políticas migratorias e imponer mayores medidas restrictivas para el ingreso, la permanencia y el tránsito de migrantes en situación irregular.
Hace sólo seis años, en Durban, Sudáfrica, se llevó a cabo la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Xenofobia y otras Formas Conexas de Intolerancia. En ella, una de las resoluciones más importantes fue hacer un llamado conjunto a las naciones que han tenido prácticas imperialistas o colonialistas en el pasado, cuyos efectos se expresan aún hoy, en la pobreza, la desigualdad, la exclusión y, por supuesto, en la migración generada por necesidades económicas. En esta Conferencia, las naciones desarrolladas aceptaron ofrecer una disculpa y literalmente “pedir perdón” a los países pobres y se comprometieron a llevar a cabo acciones que, de algún modo, ayuden a resarcir el daño, el dolor y la pobreza generada en los países que fueron colonizados.
En evidencia, la decisión europea de asumir una política restrictiva común frente a la migración constituye un elemento más de los síntomas globales de la carencia de liderazgo moral y de inteligencia social para procesar los complejos fenómenos que se están recrudeciendo y se recrudecerán aún más a causa de la pobreza, la desigualdad, el cambio climático y las condiciones de conectividad global hoy existentes.
En esa lógica, la decisión europea en torno a su nueva política migratoria constituye un retroceso frente a las resoluciones adoptadas en Durban y pueden transformarse en elementos de aliento a actitudes racistas, de exclusión y, desde luego, de discriminación en contra de quienes, en la inmensa mayoría de los casos, emigran por razones económicas y, cada vez más, para reunirse o reencontrarse con sus familiares.
La migración tiene, sin embargo, correlatos oscuros que deben ser comprendidos y tiene que buscarse su erradicación inmediata: el tráfico de indocumentados es hoy una práctica cruel, pero palidece ante la perversidad de crímenes como el tráfico de armas dirigido hacia países en los que hay prácticas genocidas o bien la trata de seres humanos con fines de explotación laboral o de explotación sexual comercial.
Lo grave de estas nuevas formas de configuración de los tráficos en el siglo XXI, nos advierte Benjamin Mayer, es que al parecer son formas constitutivas propias de la globalización; no son su antítesis, sino su síntoma. No atentan en contra de ella, sino que incluso en algunos sectores económicos y políticos la dinamizan y la fortalecen.
Ante esta advertencia, debemos ser cautos. ¿Qué pasa si Mayer tiene razón? ¿Y qué habría que hacer si, en la lógica de organización social, política y económica actual de la globalidad, no tenemos manera de erradicar estas formas de violencia extrema que se expresan en las nuevas dimensiones de los tráficos contemporáneos?
Las medidas restrictivas jamás han frenado los flujos migratorios; por el contrario, sí han incrementado patologías violentas, como la xenofobia y el racismo porque, a final de cuentas, en palabras de un migrante anónimo detenido en la frontera con Estados Unidos, “si se construyen muros de dos metros, la gente siempre conseguirá escaleras de tres”.
Con base en lo anterior, la nueva era de las migraciones debe entenderse también a la luz de la comprensión de que existe una nueva era en las dinámicas y las configuraciones de los tráficos del siglo XXI. Negarse a verlos, constituye una invitación al rechazo de los diferentes; a legitimar en cierta medida las actitudes intolerantes y el repudio a quienes son concebidos como “amenazas” a la seguridad y la estabilidad laboral de la población de los países receptores de migrantes.
Si el consenso en Durban se basa en el reconocimiento de que los países pobres lo son en buena medida por la expoliación que sufrieron de parte de los países desarrollados, sería momento de reconocer que las actuales “amenazas” que se perciben en Europa, Estados Unidos y otras naciones receptoras de migrantes, serían entonces sólo el resultado lógico de actos destructivos realizados por ellos en el pasado, y que parecieran revertírseles de una manera mucho más sublimada a como Frankenstein se reveló en contra de su creador: y esto es así, porque la migración es un fenómeno de humanos y es en esa dimensión en la que debe comprenderse.
México vive desde hace 15 años, de acuerdo con el análisis demográfico del Consejo Nacional de Población (Conapo), una nueva era de migraciones que es compartida por toda la región de América Latina y el Caribe. En efecto, de acuerdo con distintas estimaciones, América Latina es la región del mundo con mayor intensidad migratoria en todo el planeta y convierte a nuestra frontera con Estados Unidos, en la “zona de cruce” con mayor intensidad en todo el globo terráqueo.
Aun con ello, debe considerarse que Europa constituye la segunda región receptora de migrantes, provenientes sobre todo de África, Asia y, en menor medida, de América Latina. En ese sentido, vale la pena destacar que, la semana recién concluida, Europa tomó una decisión colectiva para endurecer sus políticas migratorias e imponer mayores medidas restrictivas para el ingreso, la permanencia y el tránsito de migrantes en situación irregular.
Hace sólo seis años, en Durban, Sudáfrica, se llevó a cabo la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Xenofobia y otras Formas Conexas de Intolerancia. En ella, una de las resoluciones más importantes fue hacer un llamado conjunto a las naciones que han tenido prácticas imperialistas o colonialistas en el pasado, cuyos efectos se expresan aún hoy, en la pobreza, la desigualdad, la exclusión y, por supuesto, en la migración generada por necesidades económicas. En esta Conferencia, las naciones desarrolladas aceptaron ofrecer una disculpa y literalmente “pedir perdón” a los países pobres y se comprometieron a llevar a cabo acciones que, de algún modo, ayuden a resarcir el daño, el dolor y la pobreza generada en los países que fueron colonizados.
En evidencia, la decisión europea de asumir una política restrictiva común frente a la migración constituye un elemento más de los síntomas globales de la carencia de liderazgo moral y de inteligencia social para procesar los complejos fenómenos que se están recrudeciendo y se recrudecerán aún más a causa de la pobreza, la desigualdad, el cambio climático y las condiciones de conectividad global hoy existentes.
En esa lógica, la decisión europea en torno a su nueva política migratoria constituye un retroceso frente a las resoluciones adoptadas en Durban y pueden transformarse en elementos de aliento a actitudes racistas, de exclusión y, desde luego, de discriminación en contra de quienes, en la inmensa mayoría de los casos, emigran por razones económicas y, cada vez más, para reunirse o reencontrarse con sus familiares.
La migración tiene, sin embargo, correlatos oscuros que deben ser comprendidos y tiene que buscarse su erradicación inmediata: el tráfico de indocumentados es hoy una práctica cruel, pero palidece ante la perversidad de crímenes como el tráfico de armas dirigido hacia países en los que hay prácticas genocidas o bien la trata de seres humanos con fines de explotación laboral o de explotación sexual comercial.
Lo grave de estas nuevas formas de configuración de los tráficos en el siglo XXI, nos advierte Benjamin Mayer, es que al parecer son formas constitutivas propias de la globalización; no son su antítesis, sino su síntoma. No atentan en contra de ella, sino que incluso en algunos sectores económicos y políticos la dinamizan y la fortalecen.
Ante esta advertencia, debemos ser cautos. ¿Qué pasa si Mayer tiene razón? ¿Y qué habría que hacer si, en la lógica de organización social, política y económica actual de la globalidad, no tenemos manera de erradicar estas formas de violencia extrema que se expresan en las nuevas dimensiones de los tráficos contemporáneos?
Las medidas restrictivas jamás han frenado los flujos migratorios; por el contrario, sí han incrementado patologías violentas, como la xenofobia y el racismo porque, a final de cuentas, en palabras de un migrante anónimo detenido en la frontera con Estados Unidos, “si se construyen muros de dos metros, la gente siempre conseguirá escaleras de tres”.
Con base en lo anterior, la nueva era de las migraciones debe entenderse también a la luz de la comprensión de que existe una nueva era en las dinámicas y las configuraciones de los tráficos del siglo XXI. Negarse a verlos, constituye una invitación al rechazo de los diferentes; a legitimar en cierta medida las actitudes intolerantes y el repudio a quienes son concebidos como “amenazas” a la seguridad y la estabilidad laboral de la población de los países receptores de migrantes.
Si el consenso en Durban se basa en el reconocimiento de que los países pobres lo son en buena medida por la expoliación que sufrieron de parte de los países desarrollados, sería momento de reconocer que las actuales “amenazas” que se perciben en Europa, Estados Unidos y otras naciones receptoras de migrantes, serían entonces sólo el resultado lógico de actos destructivos realizados por ellos en el pasado, y que parecieran revertírseles de una manera mucho más sublimada a como Frankenstein se reveló en contra de su creador: y esto es así, porque la migración es un fenómeno de humanos y es en esa dimensión en la que debe comprenderse.
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