Mario Luis Fuentes
Lunes 30 de junio de 2008
La desigualdad tiene distintas dimensiones. Puede expresarse en niveles de ingreso, necesidades básicas insatisfechas en regiones o en formas de exclusión social que pueden conducir a la discriminación o, de violencia, que lastiman y vulneran derechos.
Estas desigualdades son al mismo tiempo niveles de complejidad muy difíciles de comprender. Pero indicadores y cifras nos permiten aproximarnos a esas realidades y nos abren “ventanas de interpretación” para procesar y tratar de incidir en la reducción de las desigualdades y las injusticias que éstas constituyen.
Una de las dimensiones más profundas de estas desigualdades se halla en la pobreza, la marginación y el incumplimiento de los derechos de millones de niñas, niños y adolescentes en México. Sí, son los menores de 18 años quienes en mayor medida viven en circunstancias de vulnerabilidad social y padecen lo más crudo de las condiciones de pobreza y marginación que aquí se viven.
Según datos del Programa Nacional de Salud, por citar un caso, las probabilidades que una mujer indígena adolescente tiene de morir durante o por un parto son mucho más altas que las de una de zonas urbanas. Y niñas y niños indígenas tienen en promedio hasta tres veces más probabilidades de morir antes de los cinco años que quienes nacen en el DF o Nuevo León. De acuerdo con un reciente estudio de Thais, A. C., cerca de 3.3 millones de niñas y de niños mexicanos trabajan. Y, según la SEP, aún hay alrededor de 1.3 millones de niñas y niños de seis a 14 años que no asisten a la escuela.
Incluso con estos datos, es muy poco lo que sabemos de las circunstancias en que viven niñas, niños y adolescentes aquí. De hecho, una de las conclusiones más duras del Informe Alternativo sobre los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, hecho en 2005 por el Observatorio Ciudadano de Políticas de Niñez, es que carecemos de información suficiente para realizar un análisis completo del grado de cumplimiento de los derechos de los niños en México.
Por ello, es de destacar el esfuerzo conjunto de la Oficina de Unicef-México, encabezada por la doctora Susana Sottoli, y del Consejo Consultivo de Unicef-México, al lanzar como una nueva iniciativa el Premio Unicef-México 2008, para reconocer a las mejores investigaciones hechas sobre derechos de la niñez, así como a las mejores prácticas de organizaciones de la sociedad para construir modelos de atención o nuevas metodologías que protejan derechos de niñas, niños y adolescentes.
Además, el Premio Unicef-México busca incentivar la generación de más y mejor conocimiento, así como promover que más organizaciones de la sociedad asuman la agenda de la niñez como parte central de sus actividades.
Otro aspecto de importante es que, como parte del Programa-país que tiene la Oficina de Unicef-México, se busca, igualmente, posicionar, en la proporción y medida que le corresponde, a la agenda de los derechos de los niños en el marco de las prioridades nacionales.
En el fondo, lo que el Premio busca es darle una mayor visibilidad a los temas relacionados con el cumplimiento de esos derechos y lograr que cada vez más autoridades, cada vez más gobiernos, en todos sus órdenes, asuman que la prioridad fundamental que debemos tener como sociedad es colocar a las niñas y los niños al centro de todas las decisiones públicas privadas y no permitirnos más que las desigualdades que persisten ancladas en nuestra realidad social sigan afectando fundamentalmente a niñas, niños y mujeres.
Hay quien ha argumentado, con razón, que no se puede sostener que se busca “poner a los niños primero” y dejar los presupuestos atrás. Sin embargo, a ello procedería agregar que no se trata sólo de presupuestos y dinero, sino de políticas integrales, de transformación de prioridades y valores, para asumir que no hay nada más importante como la protección de la niñez, que se requieren la adecuación y el perfeccionamiento del marco jurídico social vigente y urge la transformación del entramado institucional, con el fin de incorporar una visión integral para el cumplimiento de sus derechos.
México requiere, entonces, mucho más inteligencia social, mucho más saberes que aporten conocimientos para mejorar nuestras capacidades de protección de la infancia y de construcción de políticas y programas y, sobre todo, se necesita una radical transformación cultural para convocar a todas y todos a construir un México apropiado para los niños.
En esa tarea, estoy convencido de que el Premio Unicef-México 2008 abonará, en su dimensión, en la tarea de construir una sociedad protectora de sus niños, completamente consciente, pero también congruente en actitudes, de que no hay nada más importante para el presente y el futuro de un país que cuidar de nuestros niños. Enhorabuena.
La desigualdad tiene distintas dimensiones. Puede expresarse en niveles de ingreso, necesidades básicas insatisfechas en regiones o en formas de exclusión social que pueden conducir a la discriminación o, de violencia, que lastiman y vulneran derechos.
Estas desigualdades son al mismo tiempo niveles de complejidad muy difíciles de comprender. Pero indicadores y cifras nos permiten aproximarnos a esas realidades y nos abren “ventanas de interpretación” para procesar y tratar de incidir en la reducción de las desigualdades y las injusticias que éstas constituyen.
Una de las dimensiones más profundas de estas desigualdades se halla en la pobreza, la marginación y el incumplimiento de los derechos de millones de niñas, niños y adolescentes en México. Sí, son los menores de 18 años quienes en mayor medida viven en circunstancias de vulnerabilidad social y padecen lo más crudo de las condiciones de pobreza y marginación que aquí se viven.
Según datos del Programa Nacional de Salud, por citar un caso, las probabilidades que una mujer indígena adolescente tiene de morir durante o por un parto son mucho más altas que las de una de zonas urbanas. Y niñas y niños indígenas tienen en promedio hasta tres veces más probabilidades de morir antes de los cinco años que quienes nacen en el DF o Nuevo León. De acuerdo con un reciente estudio de Thais, A. C., cerca de 3.3 millones de niñas y de niños mexicanos trabajan. Y, según la SEP, aún hay alrededor de 1.3 millones de niñas y niños de seis a 14 años que no asisten a la escuela.
Incluso con estos datos, es muy poco lo que sabemos de las circunstancias en que viven niñas, niños y adolescentes aquí. De hecho, una de las conclusiones más duras del Informe Alternativo sobre los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, hecho en 2005 por el Observatorio Ciudadano de Políticas de Niñez, es que carecemos de información suficiente para realizar un análisis completo del grado de cumplimiento de los derechos de los niños en México.
Por ello, es de destacar el esfuerzo conjunto de la Oficina de Unicef-México, encabezada por la doctora Susana Sottoli, y del Consejo Consultivo de Unicef-México, al lanzar como una nueva iniciativa el Premio Unicef-México 2008, para reconocer a las mejores investigaciones hechas sobre derechos de la niñez, así como a las mejores prácticas de organizaciones de la sociedad para construir modelos de atención o nuevas metodologías que protejan derechos de niñas, niños y adolescentes.
Además, el Premio Unicef-México busca incentivar la generación de más y mejor conocimiento, así como promover que más organizaciones de la sociedad asuman la agenda de la niñez como parte central de sus actividades.
Otro aspecto de importante es que, como parte del Programa-país que tiene la Oficina de Unicef-México, se busca, igualmente, posicionar, en la proporción y medida que le corresponde, a la agenda de los derechos de los niños en el marco de las prioridades nacionales.
En el fondo, lo que el Premio busca es darle una mayor visibilidad a los temas relacionados con el cumplimiento de esos derechos y lograr que cada vez más autoridades, cada vez más gobiernos, en todos sus órdenes, asuman que la prioridad fundamental que debemos tener como sociedad es colocar a las niñas y los niños al centro de todas las decisiones públicas privadas y no permitirnos más que las desigualdades que persisten ancladas en nuestra realidad social sigan afectando fundamentalmente a niñas, niños y mujeres.
Hay quien ha argumentado, con razón, que no se puede sostener que se busca “poner a los niños primero” y dejar los presupuestos atrás. Sin embargo, a ello procedería agregar que no se trata sólo de presupuestos y dinero, sino de políticas integrales, de transformación de prioridades y valores, para asumir que no hay nada más importante como la protección de la niñez, que se requieren la adecuación y el perfeccionamiento del marco jurídico social vigente y urge la transformación del entramado institucional, con el fin de incorporar una visión integral para el cumplimiento de sus derechos.
México requiere, entonces, mucho más inteligencia social, mucho más saberes que aporten conocimientos para mejorar nuestras capacidades de protección de la infancia y de construcción de políticas y programas y, sobre todo, se necesita una radical transformación cultural para convocar a todas y todos a construir un México apropiado para los niños.
En esa tarea, estoy convencido de que el Premio Unicef-México 2008 abonará, en su dimensión, en la tarea de construir una sociedad protectora de sus niños, completamente consciente, pero también congruente en actitudes, de que no hay nada más importante para el presente y el futuro de un país que cuidar de nuestros niños. Enhorabuena.
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