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jueves, 25 de septiembre de 2008

La importancia de la memoria

15 de septiembre de 2008

El día de hoy se celebra el 198º aniversario del inicio del movimiento insurgente que nos dio la Independencia nacional. Para festejarlo, el gobierno federal ha creado una comisión nacional de festejos con el fin de organizar una “magna celebración” en 2010 y conmemorar simultáneamente los 100 años de nuestra Revolución Mexicana.

Celebrar estos dos acontecimientos fundadores de nuestro país tiene una relevancia que va más allá de la organización de fiestas en todo el territorio nacional. Activar nuestra memoria debiera tener un sentido distinto y llevarnos a rememorar sobre todo las causas que le dieron origen a ambos movimientos.

Así, en los dos casos, en el fondo se encontraba la ausencia de libertades plenas, una ingente pobreza para la mayoría, pero sobre todo, una profunda desigualdad política, económica y social, que no hemos logrado resolver y en los últimos años se ha agudizado de manera tremenda en favor de unas cuantas familias hoy determinantes, desde el poder económico, de decisiones trascendentales para el país.

En el caso de la Independencia nacional, la desigualdad imperante entre españoles, criollos, mestizos e indígenas era abismal. Los primeros controlaban la mayoría de las decisiones económicas y políticas importantes para la Colonia mientras que criollos y mestizos estaban claramente alejados de la posibilidad de determinar rumbo y sentido de la nación y, en el caso de los indígenas, desde luego, sólo había espacio para explotarlos.

En el caso de la Revolución Mexicana la desigualdad no se fundó estrictamente en la noción de “castas o grupos étnicos”. Fue una dictadura feroz que privilegió un modelo de organización del poder en donde, como en todas las dictaduras, las libertades, la justicia y la dignidad estuvieron reservadas sólo para los “amigos” del régimen, a quienes, a cambio de los privilegios, se les exigía obediencia y lealtad hasta la ignominia.

En ambos movimientos, el anhelo fundamental era construir una nación para todos; una nación incluyente de la diversidad y en la que cada uno de los mexicanos tuviera la garantía de la libertad y la igualdad como valores determinantes de nuestra independencia, así como de democracia y justicia social en el caso de la Revolución Mexicana.

Nunca estará de más repetir de manera constante que son estos cuatro pilares básicos de organización social los que pueden llevarnos a una sociedad incluyente, generosa con los más desvalidos, promotora de la defensa de la equidad y desde luego garante de un proceso continuo de expansión y ampliación de nuestros ámbitos de libertades.

En ese sentido, desde la creación de la comisión nacional de festejos fuimos varios quienes quienes señalamos que no habría mejor manera de celebrar nuestra Independencia y nuestra Revolución social, fijándonos ambiciosas metas sociales, y cumplir, en medio de un ambiente de unidad y cohesión nacional, con los saldos sociales que aún arrastramos como país y que mantienen a cerca de diez millones de indígenas en las peores condiciones de pobreza y marginación, a más de un millón de niñas y niños fuera de la escuela, a más de tres millones de ellos trabajando, a miles de niñas, niños y mujeres que cada año mueren por causas prevenibles y, en general, a un país partido por la mitad debido a la ingente desigualdad que hoy nos caracteriza.

Aún estamos a tiempo de lograr algo así. Nos quedan dos años para la celebración del Bicentenario de nuestra Independencia y el Centenario de nuestra Revolución. Como dato vale la pena destacar que aun Porfirio Díaz comprendió en su momento que celebrar el Centenario, generando una infraestructura social mínima, era el mejor instrumento que tenía para intentar mantenerse en el poder. Frente a ello son exigibles, en el caso de nuestra democracia, no acciones mínimas, sino una revisión profunda de nuestros pactos fundamentales, a fin de garantizar seguridad, paz social, equidad, justicia y dignidad para todos.

La semana pasada se inició el debate sobre la integración del Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal 2009 y en ninguna Comisión Legislativa en San Lázaro se alzaron voces con el fin de exigir una composición presupuestal que tenga como metas prioritarias la reducción de la desigualdad, la pobreza y la marginación, de cara a los festejos patrios que se avecinan.

México no puede esperar ni puede estar sujeto una vez más a una disputa mezquina por el dinero en función del año electoral que viene en 2009, por lo que es realmente deseable que, en esta ocasión, el debate por el PEF esté determinado más por la memoria que debido a una visión de futuro que tiene como máximo alcance una ligera mirada al día siguiente.

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