Ningún país puede aspirar a la prosperidad sin contar con una sociedad cohesionada por una noción compartida de futuro. En lo general, esta noción puede denominarse “esperanza”, porque es lo que la gente espera como el punto de llegada al que todos, independientemente de las creencias particulares, desearían como mínimo para todos.
Es tal el poder de este concepto que, a lo largo de la historia, numerosos movimientos políticos lo han utilizado de bandera y propuesta ante la ciudadanía. En México el candidato López Obrador lo usó como parte de su discurso político durante el proceso electoral de 2006 y, en Estados Unidos de Norteamérica, fue el principal contenido de la campaña del ahora presidente electo Barack Obama.
A diferencia de lo que ocurrió en México, en Estados Unidos el mensaje logró un posicionamiento público sin precedentes al grado de que, según un reciente artículo publicado por The New York Times, fue la palabra más utilizada en internet durante 2008. También, la más usada en los noticiarios estadunidenses, y al mismo tiempo la que más se utilizó en las conversaciones cotidianas.
Si algo queda claro es que, ante la incertidumbre, la política tiene la capacidad de generar cohesión social en torno a metas y proyectos comunes. Empero, esto se logra sólo cuando la acción política posee sólidos cimientos anclados en posiciones éticas. Cuando las acciones de los políticos tienen como respaldo una vida de acreditación de compromiso social y cuando la política posee la capacidad de innovar y renovarse.
Por lo que se conoce en medios de comunicación, la trayectoria del ahora presidente electo de Estados Unidos así lo acredita. Y es esa posición la que le permitió desplegar una estrategia de discurso que condenó una y otra vez el “cinismo de la clase política tradicional de aquel país”, así como las posiciones que llevaron a la polarización política y social de los estadunidenses.
Así, lo que se ha visto es una estrategia que busca generar cohesión política y social. Ante el panorama de división, Obama optó por las mentes más brillantes para integrar su gabinete, antes que por amigos o familiares. Debido a la crisis económica ha propuesto un plan con el fin de crear tres millones de empleos en 2009. Por la crisis del sistema financiero global ha propuesto nuevos mecanismos tendientes a regular la actividad económica, incluida la bolsa de valores y, en la política, ha hecho reiterados llamados al diálogo y la concertación, antes que al encono y la división. Su mensaje del sábado fue categórico: no se trata de cuestiones de partidos, sino de su país y del mundo entero.
En México tenemos este reto pendiente: lograr la concertación; cerrar las brechas de polarización que dividen y confrontan las posiciones políticas pero, sobre todo, iniciar un proceso de renovación ética de la acción política, a fin de lograr anteponer los intereses públicos a los de grupos de poder fáctico que mantienen atrapadas a las instituciones del país. El otro gran reto es lograr construir una enorme plataforma social para la cooperación, en donde las posiciones éticas sean exigibles también al sector privado.
A diferencia de lo que se está viviendo en Estados Unidos, donde las principales empresas han iniciado estrategias de protección del salario, reducción de precios de mercado, acciones destinadas a frenar el desempleo y propuestas con el fin de proteger el poder adquisitivo de las clases trabajadoras, en México todo parece estar yendo en sentido contrario: más explotación laboral, precarización de la calidad del trabajo, pérdida del poder adquisitivo e incremento de los precios, sobre todo en los de consumo básico, lo cual afecta en mayor medida a la clase media y a los más pobres.
La construcción de esperanza en un escenario así, y en el que la escalada de violencia no cede, es prácticamente imposible. Hoy debe exigírsele a todas las instituciones capacidad para avanzar hacia una sociedad con más equidad y justicia, con mayor sentido social y solidez en las posiciones éticas que se defienden desde los espacios públicos y los privados.
Nos urge una nueva política fundada en una profunda eticidad. Construirla es tarea de todos los actores políticos, de aquellos que tienen alguna representación social y también de la iniciativa privada. En ello nos jugamos buena parte de nuestro futuro, así que sin duda vale la pena intentarlo.
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