Lunes 25 de Mayo de 2009
Uno de los argumentos que con mayor fuerza se ha esgrimido frente a la recesión económica global es que hace falta reconstruir capacidades del Estado para atemperar las fallas estructurales del mercado en la distribución de recursos y la generación de condiciones que facilitan acumular la riqueza en unas cuantas manos.
La desigualdad producida por un mercado injusto y diseñado para que unos ganen y las inmensas mayorías pierdan, es un reto mayor para los economistas sí, pero, sobre todo, para los políticos.
Una crisis y un desajuste de los mercados internacionales como el actual obliga a generar procesos de imaginación y rediseño del gobierno, a fin de no sólo atemperar los efectos recesivos ya traducidos en una masa de más de dos millones de desempleados, sino impulsar una rápida recuperación creando sostenidamente empleos dignos.
Después de la Segunda Guerra Mundial, en México fuimos capaces de proponer lo que se llamó “un crecimiento a la mexicana”, que dio pie al “milagro mexicano”. La decisión de “crecer hacia adentro”, en buena medida nos dio la posibilidad de construir durante los cincuenta y hasta la primera mitad de los 70, la mayoría de las instituciones de seguridad social y de servicios sociales que hoy nos han permitido enfrentar problemas como el de la epidemia de influenza humana.
En ese sentido, importa considerar que la recuperación luego de la crisis de 1995 se logró en un contexto de crecimiento económico acelerado en Estados Unidos. No debe olvidarse que los ocho años del gobierno de Clinton constituyen el periodo de mayor crecimiento económico de ese país después de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy la economía estadunidense se encuentra en recesión y allá se diseñan nuevas estrategias para detonar el crecimiento, a base de medidas relacionadas con una visión de hacia dónde se quiere transitar como modelo de desarrollo en el siglo XXI.
Las más interesantes y promisorias se encuentran, por un lado, en la reforma a la seguridad social, por otro, en una profunda reforma al sistema educativo, de la mano de una poderosa inversión en ciencia y tecnología y, finalmente, una profunda reforma al sector energético, a fin de hacer frente al cambio climático y el calentamiento global.
Todas esas decisiones requieren una visión de país y una visión-mundo. Lo que exige al mismo tiempo una “sacudida” al sistema político como el que se vivió en EU con el triunfo de Barack Obama.
En México, por el contrario, estamos atrapados en medio de los cinismos de la clase política. Las entrevistas, acusaciones y vinculaciones de distintos políticos con el narcotráfico no son sino el resultado de la fractura ética de ese sector en su conjunto.
La corrupción tenía como característica ser relativamente invisible, porque así se garantizaba la impunidad de quienes la cometían. Hoy, sorprendentemente, se da a plena luz del día y ante los ojos de todos y no pasa nada, porque pareciera que hoy los códigos operantes, antes que de lealtad al país, son de complicidad y contubernio, lo cual implica, se insiste, grados mayores de cinismo.
La clase política está desbordada. No hay un liderazgo que se perciba como aglutinador de una nueva forma de pensar y sentir a México. La renovación generacional se confundió desde hace ya varias décadas con un mecanismo hereditario del poder y se convirtió en un proceso que patéticamente emula una rancia aristocracia con un mal disfraz democrático. Buscar el poder para cederlo con base en el nepotismo y el compadrazgo es cínico, porque cierra la posibilidad de que perfiles de honestidad y capacidad le sirvan al país y, con ello, tratar de reconstruir un poderoso sentido de nación.
Ante la magnitud de los retos que aquí se apuntan, la clase política se muestra en su tamaño y dimensión en una guerra electoral medida por anuncios publicitarios en donde, a pesar de lo que digan, está caracterizada por la mentira, el odio y el desprestigio del adversario. Las propuestas no existen y no pasamos de una vulgar retórica que busca hacernos creer que están comprometidos con el bien común.
Tal vez por eso un payaso puede tener un noticiario “serio” con un alto grado de audiencia pública: quizá porque es el espejo en el que nuestra clase política se mira.
La desigualdad producida por un mercado injusto es un reto mayor para los economistas sí, pero, sobre todo, para los políticos.
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