México está en túnel de desgracias que se han sucedido desde septiembre de 2008. Primero, el estallido de la crisis económica ante la cual, las autoridades hacendarias, un mes sí y el otro también, nos han dicho que ya tocó fondo y se ven “alentadores signos de recuperación”.
Ese mismo mes, las dos granadas en plena celebración de la Independencia Nacional, en Morelia, marcaron el inicio de una ola de violencia mucho más sanguinaria de los grupos del crimen organizado.
La epidemia de influenza paralizó a medio país y, con ello, a la de ya por sí maltrecha economía, lo cual agudizó la estrepitosa caída del Producto Interno Bruto, al golper severamente a los principales sectores productivos, los que mayores empleos generan.
Para colmo de males, las nuevas cifras sobre la pobreza nos regresan a la terrible realidad de la otra pandemia: la desigualdad crónica que persiste y cifras que nos revelan, al mismo tiempo, que de golpe volvimos a los perniciosos niveles de la década pasada.
Este crudo escenario nos debe llevar a la consideración urgente de que, el rebrote de la pandemia de influenza, esperado para el otoño, es decir, dentro de dos meses, puede dar un nuevo revés a los más que precarios “signos de recuperación económica” y afectar de una manera mucho más grave a quienes menos tienen.
Lo que está ocurriendo en Chiapas y en general en el sursureste mexicano es sintomático de que, cuando la pandemia llega a las regiones menos favorecidas, la respuesta de las autoridades de los diversos niveles se reduce y pone al margen de la existencia a cientos de miles que poco o nada tienen.
En contraste, en España, por ejemplo, la aparición de la pandemia llevó a un debate sobre si las 15 millones de dosis disponibles de los antivirales que han mostrado eficacia en este padecimiento bastarían para atender a su población, lo que llevó al gobierno de ese país a adquirir un nuevo stock y llegar a 25 millones de dosis.
En otros países, la tendencia es la misma; empero, en el nuestro, las reacciones no van en el mismo sentido. Al menos por la información disponible, el número de dosis disponibles para atender a pacientes infectados por el virus A H1N1 no se ha incrementado de los dos millones inicialmente anunciados por la Secretaría de Salud, aun cuando nuestra población es casi tres veces mayor que la española.
En su Comunicado de Prensa del 16 de julio, la Organización Mundial de la Salud declara: “La pandemia de gripe de 2009 se ha propagado por todo el mundo a una velocidad sin precedentes. En las pandemias anteriores los virus gripales necesitaron más de seis meses para extenderse tanto como lo ha hecho el nuevo virus H1N1 en menos de seis semanas”.
Con esa velocidad de propagación, no es descabellado pensar que su capacidad de mutación sea similar, por lo que en los próximos meses podríamos estar enfrentando, no sólo una pandemia de mayores proporciones, sino una causada por un virus más agresivo. Esto se confirma con el Boletín del 8 de julio de la OMS: “Las autoridades sanitarias de Dinamarca, Japón y la Región Administrativa Especial de Hong Kong, China, han informado a la OMS de la detección de virus H1N1 que, según las pruebas de laboratorio, son resistentes al antivírico oseltamivir (conocido como Tamiflu)”.
Así, el conteo de casos confirmados por la OMS llegó ya el 6 de julio a 94 mil 512, con 429 muertes totales. De esos casos confirmados, diez mil 262 son pacientes mexicanos, es decir, poco más de diez por ciento.
No obstante ello, las medidas preventivas diseñadas se han relajado. Ya no hay, por ejemplo, los despachadores de gel para el aseo de manos en espacios de reunión masiva de personas; pero, sobre todo, se abandonaron las intensas campañas para generar hábitos deseables entre la población, lo cual implica un riesgo mayor ante la evidencia de que el virus de la influenza, como se dice popularmente, llegó para quedarse.
La desigualdad crónica persiste y los números revelan que de golpe volvimos a los perniciosos niveles de la década pasada.
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