31-Ago-2009
El pasado viernes se cumplió un año desde la desaparición de Gilberto Rincón Gallardo. No tengo la menor duda al afirmar que México es un mejor país gracias a su trabajo político, a sus ideas, pero sobre todo, a su actitud ejemplar de luchar incansablemente por que el respeto a los derechos humanos, la inclusión social, la discriminación y el rechazo a la diferencia, se convirtieran en los criterios y objetivos fundamentales en el diseño del gobierno. Gilberto asumía plenamente la complejidad social de nuestro país. Su personalidad siempre estuvo caracterizada por una convicción socialdemócrata desde la cual promovió intensos debates nacionales, mostrando que es a partir del acercamiento de las diferencias donde podemos construir una nación incluyente y generosa.
Promovió y mostró que la vía del diálogo es la opción democrática por excelencia, y que es a través del entendimiento y de la construcción de consensos como México puede avanzar, aún en las circunstancias más adversas. El actuar político de Gilberto estuvo orientado a la defensa de las minorías y a su derecho a manifestarse y a tener presencia en el escenario nacional. Un asunto de la mayor relevancia, pues dotar de voz a quienes hasta ahora en muchos ámbitos carecen de la posibilidad de expresar sus diferencias, constituye uno de los actos de mayor importancia para construir inclusión y cohesión social en México.
Debe decirse que Gilberto fue el principal motor que impulsó la reforma constitucional del artículo primero de la Carta Magna, a fin de incorporar explícitamente en ella el derecho universal a la no discriminación; de ello derivó la creación de la Ley Federal para Prevenir y Sancionar la Discriminación, así como la creación del Consejo Nacional para Prevenir y Erradicar la Discriminación (Conapred), organismo que presidió hasta su muerte.
Su aportación a la defensa de las personas con discapacidad es igualmente inmensa. La creación de la Ley General de las Personas con Discapacidad, promulgada en 2005, fue resultado de muchas de las aportaciones que él hiciera, en alianza y solidaridad con el movimiento nacional de personas con discapacidad.
Estas luchas no fueron casuales. Sabía que la más grande deuda de nuestro país se encuentra en el sufrimiento de los excluidos; en el silencio de los sin voz; en la exclusión de los diferentes y en el rezago histórico que aqueja a los indígenas, las personas con discapacidad y otros grupos que sufren el racismo, la discriminación y otras formas de intolerancia.
Gilberto es uno de los ejemplos más poderosos en la historia reciente de nuestro país en torno a lo que puede llamarse la imaginación política. En ese sentido, nos mostró cómo la derrota del pensamiento puede revertirse y cómo los mejores ideales de la modernidad pueden y deben rescatarse desde una profunda visión y sensibilidad social. La obra de este hombre no puede asumirse como completa, no por lo que no logró hacer debido a su muerte, sino por la inmensa responsabilidad que tenemos, quienes fuimos favorecidos con el privilegio de su cercanía y amistad, de seguir luchando por el fortalecimiento de las instituciones y la generación de capacidades para garantizar adecuadamente los derechos humanos en México.
No hay mejor homenaje a la tarea de un gran hombre, que la de asumirlo como un personaje ejemplar, es decir, un hombre digno de ser imitado en su integridad, en su coherencia y en su estatura moral, pues es lo que nos permitiría, a final de cuentas, honrar adecuadamente la memoria de Gilberto, quien jamás vaciló en entregar todo su tiempo, energía y capacidades al servicio de México. La coherencia, la integridad y la capacidad de ser consistente a lo largo de su vida, es lo que le dio a Gilberto la capacidad de hacer política al más alto nivel, así como transitar, en medio de inmensos ejercicios de tolerancia con los demás, y esas características son las que hoy están ausentes en el escenario político nacional.
Alguna vez Gilberto escribió que no hay tarea más importante para los mexicanos que la de velar por las libertades, la dignidad y los derechos humanos. En ese sentido, proteger a las instituciones es sin duda una actividad de la mayor magnitud. Por ello, ante su ausencia, permitir retrocesos en aquello por lo que Gilberto comprometió su bienestar, sus energías y hasta su salud, constituiría un despropósito, no sólo con el amigo que siempre fue, sino sobre todo, con el hombre de ideales que vivió una intensa pasión y vocación por México.
No hay mejor homenaje a la tarea de un gran hombre, que la de asumirlo como un personaje ejemplar.
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