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viernes, 25 de abril de 2014

Una sociedad de antivalores


Una sociedad de antivalores “Es preferible vivir el exceso y los riesgos dos años, que la pobreza toda la vida”. En esa frase parecen resumirse las aspiraciones y decisiones de miles de jóvenes en nuestro país quienes, con acceso a oportunidades o no, enfrentan la desesperanza en una sociedad que no les ofrece sino el efímero y azaroso acceso al fantasmagórico hedonismo del dinero, las mercancías y, de algún modo también, de la sensación de poder asociada a ellos.

Vivimos en una sociedad que, paradójicamente, lo único que nos ofrece como curso de vida y de “realización personal” es la acumulación de cosas, es decir, la lógica de la compra-venta en la que hoy, de manera brutal, se incluye a los animales y, peor aún, a las personas. La industria cultural, como se le habría llamado en la década de los 60 por los autores herederos de la teoría crítica —paradigmáticamente Marcuse y Erich Fromm—, ha sido tan eficaz que ha conseguido neutralizar todo viso de crítica a los valores imperantes y aceptados colectivamente.

Efectivamente, los medios de comunicación —incluidas hoy las redes sociales— se han consolidado como los grandes difusores y reforzadores de una ideología hueca en la que se invita a la lógica de la irresponsabilidad; un análisis somero de los temas centrales de la publicidad de casi todos, las mercancías y los servicios nos dan la clave: una apología permanente de lo efímero, del disfrute inmediato, del egoísmo, de la codicia y de las acciones sin consecuencias. En las décadas de los 70 y los 80, los estudios sobre la capacidad de influencia, persuasión y determinación de las “conciencias” estuvieron permeados por la confrontación ideológica de la Guerra Fría; no obstante, en una sociedad en la que prácticamente 98% de la población tiene al menos un televisor y en la que el promedio per cápita al día frente a la pantalla es de tres horas, el tema no puede darse simplemente por concluido.

Sin duda alguna, las familias, la escuela y los medios de comunicación son hoy los grandes referentes para la formación ética de la población; y por ello, retomar y exigir una discusión pública sobre la materia debería ser motivo constante de preocupación, no sólo de los gobiernos, sino de otras instancias del Estado, tales como el Congreso de la Unión y los congresos de los estados. Una sociedad sustentada en antivalores carece de viabilidad y los resultados de la conjunción de una mentalidad generalizada centrada en el egoísmo, la codicia y la envidia, con las condiciones de marginación, pobreza y desigualdad que vivimos, están resultando en una explosiva mezcla que nos ayuda a explicar, al menos en parte, cómo es que hemos llegado a casi triplicar las tasas de homicidios y muertes accidentales y violentas en los últimos 15 años.

Pareciera que en ocasiones olvidamos que la consolidación de una democracia no depende sólo de la construcción de sistemas institucionales sólidos y marcos jurídicos ejemplares; sino también, y sobre todo, de una extendida cultura de la tolerancia, la solidaridad y los derechos humanos que lleve a la población a no permitir el mínimo desvío de sus autoridades respecto de los mejores valores democráticos. En este ámbito es quizá el terreno en el que la generación responsable de conducir al país enfrenta uno de sus mayores retos.

*Director del CEIDAS, A.C.
Twitter: @ML_fuentes

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